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miércoles, 9 de enero de 2008

LA CARTA EN EL CAMINO, Pablo Neruda



Adiós, pero conmigo

serás, irás adentro

de una gota de sangre que circule en mis venas

o fuera, beso que me abrasa el rostro

o cinturón de fuego en mi cintura.

Dulce mía, recibe

el gran amor que salió de mi vida

y que en ti no encontraba territorio

como el explorador perdido

en las islas del pan y de la miel.

Yo te encontré después

de la tormenta,

la lluvia lavó el aire

y en el agua

tus dulces pies brillaron como peces


Adorada, me voy a mis combates.


Arañaré la tierra para hacerte una cueva

y allí tu Capitán

te esperará con flores en el lecho.

No pienses más, mi dulce,

en el tormento

que pasó entre nosotros

como un rayo de fósforo

dejándonos tal vez su quemadura.

La paz llegó también porque regreso

a luchar a mi tierra,

y como tengo el corazón completo

con la parte de sangre que me diste

para siempre,

y como

llevo

las manos llenas de tu ser desnudo,

mírame,

mírame,

mírame por el mar, que voy radiante,

mírame por la noche que navego,

y mar y noche son los ojos tuyos.

No he salido de ti cuando me alejo.

Ahora voy a contarte:

mi tierra será tuya,

yo voy a conquistarla,

no sólo para dártela,

sino que para todos,

para todo mi pueblo.

Saldrá el ladrón de su torre algún día.

Y el invasor será expulsado.

Todos los frutos de la vida

crecerán en mis manos

acostumbrados antes a la pólvora.

Y sabré acariciar las nuevas flores

porque tú me enseñaste la ternura.

Dulce mía, adorada,

vendrás conmigo a luchar cuerpo a cuerpo

porque en mi corazón viven tus besos

como banderas rojas,

y si caigo, no sólo

me cubrirá la tierra

sino este gran amor que me trajiste

y que vivió circulando en mi sangre.

Vendrás conmigo,

en esa hora te espero,

en esa hora y en todas las horas,

en todas las horas te espero.

Y cuando venga la tristeza que odio

a golpear a tu puerta,

dile que yo te espero

y cuando la soledad quiera que cambies

la sortija en que está mi nombre escrito,

dile a la soledad que hable conmigo,

que yo debí marcharme

porque soy un soldado,

y que allí donde estoy,

bajo la lluvia o bajo

el fuego,

amor mío, te espero.

Te espero en el desierto más duro

y junto al limonero florecido:

en todas partes donde esté la vida,

donde la primavera está naciendo,

amor mío, te espero.

Cuando te digan "Ese hombre

no te quiere", recuerda

que mis pies están solos en esa noche, y buscan

los dulces y pequeños pies que adoro.

Amor, cuando te digan

que te olvidé, y aun cuando

sea yo quien lo dice,

cuando yo te lo diga,

no me creas,

quién y cómo podrían

cortarte de mi pecho

y quién recibiría

mi sangre

cuando hacia ti me fuera desangrando?

Pero tampoco puedo

olvidar a mi pueblo.

Voy a luchar en cada calle,

detrás de cada piedra.

Tu amor también me ayuda:

es una flor cerrada

que cada vez me llena con su aroma

y que se abre de pronto

dentro de mí como una gran estrella.


Amor mío, es de noche.


El agua negra, el mundo

dormido, me rodean.

Vendrá luego la aurora

y yo mientras tanto te escribo

para decirte: "Te amo".

Para decirte "Te amo", cuida,

limpia, levanta,

defiende

nuestro amor, alma mía.

Yo te lo dejo como si dejara

un puñado de tierra con semillas.

De nuestro amor nacerán vidas.

En nuestro amor beberán agua.

Tal vez llegará un día

en que un hombre

y una mujer, iguales

a nosotros,

tocarán este amor, y aún tendrá fuerza

para quemar las manos que lo toquen.

Quiénes fuimos? Qué importa?

Tocarán este fuego

y el fuego, dulce mía, dirá tu simple nombre

y el mío, el nombre

que tú sola supiste porque tú sola

sobre la tierra sabes

quién soy, y porque nadie me conoció como una,

como una sola de tus manos,

porque nadie

supo cómo, ni cuándo

mi corazón estuvo ardiendo:

tan sólo

tus grandes ojos pardos lo supieron,

tu ancha boca,

tu piel, tus pechos,

tu vientre, tus entrañas

y el alma tuya que yo desperté

para que se quedara

cantando hasta el fin de la vida.


Amor, te espero.


Adiós, amor, te espero.


Amor, amor, te espero.


Y así esta carta se termina

sin ninguna tristeza:

están firmes mis pies sobre la tierra,

mi mano escribe esta carta en el camino,

y en medio de la vida estaré

siempre

junto al amigo, frente al enemigo,

con tu nombre en la boca

y un beso que jamás

se apartó de la tuya.


Pablo Neruda,
Chile.