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sábado, 2 de febrero de 2008

SER MADRE, Carlos Meneses


La madre se quitó el ojo derecho y fue a venderlo. Envió el producto de la venta por correo urgente y esperó ansiosa las noticias. Tiempo después recibió una carta escueta en la que le pedía más dinero. Vendió su pierna izquierda y todo su cabello gris, envió apresuradamente el dinero y esperó. La respuesta llegó con retraso, en realidad sólo fue un nuevo mensaje de clamorosa necesidad. Salió a la calle inmediatamente, ofreció su pecho escuálido y como cobró una miseria vendió también sus antebrazos y algunas de sus gastadas vértebras. El dinero íntegro salió ese mismo día. Pasaron semanas hasta que llegó un nuevo mensaje desesperado que movilizó a la anciana, que angustiada ofreció su vientre, su flaca y encorvada espalda, sus clavículas y la frente, quiso vender su ternura y su esperanza, pero no las aceptó ningún comerciante. El envío lo hizo sin perder tiempo. Como de costumbre, cuando llegó nueva carta las solicitudes fueron las mismas de siempre. Vendió su nariz, sus labios, su cráneo, su viejo e inútil sexo, su mano izquierda, y le rechazaron por falta de atractivos su memoria y sus antiguos sueños. Estaba segura de que tras esa remesa sí lo lograría. Cuando tras varias semanas llegó nueva carta supo que las cosas habían mejorado pero que aun tenía mucho camino que recorrer y, como siempre dijo que no le quedaba ni una moneda. Se quitó el ojo izquierdo, la pierna derecha, sus caderas desvencijadas, la arqueada columna vertebral, el corazón, su último suspiro. Pidió que le mandasen el producto de la venta con la mayor prontitud. Al día siguiente llegaba un alborozado telegrama: ¡Madre, no envíes más dinero, he triunfado!
Carlos Meneses,
Perú