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domingo, 27 de diciembre de 2009

Eduardo Galeano: Me caí del mundo y no sé cómo se entra....

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com



(Para mayores de 30)

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco..

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!

¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!

¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!

¡Es más!

¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.

¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!

¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo'.Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado . Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por Dios.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone r en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo,pegatina en el cabello y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.




domingo, 20 de diciembre de 2009

Atahualpa Yupanqui: Las Preguntitas

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com



Un día yo pregunté:
Abuelo, ¿dónde está Dios?

Mi abuelo se puso triste,
y nada me respondió.


Mi abuelo murió en los campos,
sin rezo ni confesión.
Y lo enterraron los indios
flauta de caña y tambor.


Al tiempo pregunté yo:
Padre, ¿qué sabe de Dios?
Mi padre se puso serio
y nada me respondió.


Mi padre murió en la mina
Al fondo del Socavón.
Color de sangre minera
tiene el oro del patrón!


Más luego yo poregunté:
Hermano, ¿dónde está Dios?
Mi hermano bajo los ojos
Y nada me respondió.


Mi hermano vive en el monte
Y no conoce una flor:
Sudor, la malaria, la serpiente,
es la vida del leñador.


Y que nadie le pregunte
si sabe dónde está Dios.
Por su casa no ha pasao
Tan importante señor.


Yo canto por los caminos
Y cuándo estoy en prisión,
oigo las voces del pueblo
que cantan mejor que yo.


Hay un asunto en la tierra
más importante que Dios.
Y es que nadie escupa sangre
pa' que otro viva mejor.


Si Dios vela por los pobres,
Tal vez si, tal vez no.
Lo seguro es que él almuerza
en la mesa del patrón.



martes, 15 de diciembre de 2009

Horacio Ferrer y Astor Piazzola: "Balada para mi muerte"

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com

Amigos de BOSQUE DE PALABRAS, hasta hoy he estado publicando una "entrada" diaria en este blog (y cuando estuvo en observación por el servidor blogger lo hice por emial). En adelante, voy a ingresar una entrada por semana. Mi trabajo de creación y de investigación así me lo exigen. Espero, con todo, seguir en contacto. A continuación presento el siguiente poema/canción:



Moriré en Buenos Aires, será de madrugada,
guardaré mansamente las cosas de vivir,
mi pequeña poesía de adioses y de balas,
mi tabaco, mi tango, mi puñado de esplín.


Me pondré por los hombros, de abrigo, toda el alba,
mi penúltimo whisky quedará sin beber,
llegará, tangamente, mi muerte enamorada,
yo estaré muerto, en punto, cuando sean las seis.

Hoy que Dios me deja de soñar,
a mi olvido iré por Santa Fe,
sé que en nuestra esquina vos ya estás
toda de tristeza, hasta los pies.
Abrazame fuerte que por dentro
me oigo muertes, viejas muertes,
agrediendo lo que amé.
Alma mía, vamos yendo,
llega el día, no llorés.


Moriré en Buenos Aires, será de madrugada,
que es la hora en que mueren los que saben morir.
Flotará en mi silencio la mufa perfumada
de aquel verso que nunca yo te supe decir.


Andaré tantas cuadras y allá en la plaza Francia,
como sombras fugadas de un cansado ballet,
repitiendo tu nombre por una calle blanca,
se me irán los recuerdos en puntitas de pie.


Moriré en Buenos Aires, será de madrugada,
guardaré mansamente las cosas de vivir,
mi pequeña poesía de adioses y de balas,
mi tabaco, mi tango, mi puñado de esplín.


Me pondré por los hombros, de abrigo, toda el alba,
mi penúltimo whisky quedará sin beber,
llegará, tangamente, mi muerte enamorada,
yo estaré muerto, en punto, cuando sean las seis,
cuando sean las seis, ¡cuando sean las seis!

lunes, 14 de diciembre de 2009

José M. Vallejo: "Las de Caín de José Saramago"

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com



A sus 87 años de edad, el Nóbel de la literatura, José Saramago, no pertenece al grupo de escritores que amparados en la fama se inclinan por los temas triviales o insubstanciales, tendencia, hoy en día, animada por la narrativa ligera y sesgada a la frivolidad, puesta en boga por Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa después de sus éxitos iniciales con la novela social. Cambio trágico y desafortunado donde prima el significado mercantilista de la producción literaria. De acuerdo a este enfoque divergente entre los literatos citados, vemos que en su reciente libro Caín, el profundo escritor portugués vuelve a cogerse de la Biblia y de la religión para mostrarse irónico, impío y mordaz, todo ello en consonancia a su declarado ateísmo practicante.


La versión bíblica del asesinato de Abel por parte de su hermano Caín, ambos habiendo ofrecido a Dios lo mejor de su realización, en el caso del muerto las mejores crías de sus ovejas y en el del fratricida los mejores frutos de sus cosechas, es llevada magistralmente al ridículo. Se explota ahí al máximo el absurdo de una concepción de resentimiento celoso, de enojo superfluo, hasta llegar a la envidia criminal. La preferencia de Dios por Abel, sin motivo aparente, contra Caín es aprovechada en la narración con la finalidad de demostrar que el justo Señor, el ser supremo de la bondad, de la equidad y la rectitud, no era de fiarse. Pero el fondo del asunto es, como en el caso de Adán y Eva, la desobediencia y el castigo correspondiente, esencia desde el principio de una domesticación del ser humano a través de un poder abstracto omnipresente representado por Dios y por extensión por la iglesia y la jerarquía eclesiástica, los representantes divinos en la tierra. En tales circunstancias, Saramago, rescata a Caín de los castigos celestiales, en tanto acusa a ese Dios bíblico como el autor intelectual del crimen cometido.


No es la primera vez, ya hace una veintena de años, el Nóbel portugués se ingenió un ataque a la religión cristiana, madre ideológica del mundo occidental, a través de su muy discutido libro “El Evangelio según Jesucristo,” cosa que le valió la censura de los católicos y un veto del gobierno de su país para competir en el Premio Europeo de Literatura. La insistencia en el tema religioso, primero, mediante un punto de vista irónico de los evangelios de Marcos, Mateo, Juan y Lucas (Nuevo Testamento) y ahora utilizando a Caín para traerse abajo el Antiguo Testamento de los judíos y libro sagrado de los cristianos como referencia histórica, persigue, no cabe duda, la desmitificación de la Biblia. Las definiciones de Dios, el demonio, la dicotomía entre el bien y el mal, y sus consecuencias de pecados y perdones, de glorias purificadas y fuegos eternos, son temas tratados en función del dominio ideológico. Temas inventados por los hombres, asevera el escritor Saramago y por consiguiente, despojados de toda divinidad, son manejados humanamente hasta demostrar la existencia de una acumulación de absurdos. En realidad, inventando milagros nuevos y profecías, ridiculizando los mensajes y los salmos, las negociaciones entre Dios y el Diablo o entre el hombre y el diablo como el pacto de Mefistófeles con el doctor Fausto en la obra del poeta Goethe; y observando de manera natural que fue María Magdalena quien desvirgó a Jesús de Nazareth, Saramago se engolosina literariamente con la fantasía, la imaginación, el sueño y la invención.


Especialista en los escenarios fantásticos, descritos en largas sentencias, estilo torrencial de cierta manera vocalizado, José Saramago explota casi siempre una perspectiva subversiva acerca de los eventos históricos y contra el orden establecido. A los temas polémicos, el día a día de la humanidad, con un lenguaje sencillo como el utilizado en sus libros “El año de la muerte de Ricardo Reis,” “La balsa de Piedra,” “Ensayo sobre la Ceguera,” “Ensayo sobre la Lucidez,” “El Viaje del Elefante” entre otras obras célebres, se suma el tema religioso. Y precisamente con su nuevo libro Caín trata de despojarle a la Biblia el carácter de abecedario sagrado, más aún cuando la mayoría, sin haberla leído, la acepta como palabra divina o la voz de Dios. Esta intención de desmitificación bíblica subsiste con ironía y humor a lo largo de la narrativa, tal si fuera un complemento necesario de la visión escéptica postulada en “Los evangelios según Jesucristo.”


Para el escritor lusitano desmitificar a la Biblia no constituye una tarea difícil. El ingenio en el manejo de la sátira cumple con creces la tarea impuesta, pues se comienza y se termina con una secuencia de descubrimientos de situaciones absurdas, donde la recurrencia a Dios a fin de explicar lo inexplicable resulta risible cuando desaparece la lógica del razonamiento elemental y se le reemplaza por el dogma con la finalidad de exponer la fantasía como realidad aceptable. La secuencia de descubrimientos, en cuyos relatos simples destaca lo absurdo y fantasmagórico, se aproxima a la concepción de lo “real maravilloso” perteneciente al escritor cubano Alejo Carpentier. La Biblia a fin de cuentas termina sin línea demarcatoria entre lo real y lo fantástico, en una atmósfera surrealista donde lo supernatural es de representación absolutista y no resulta divulgada como cuestionable.


En estos tiempos de mezcolanza sincrética entre lo pagano y lo religioso, cuando la Navidad ya no pertenece sólo a los cristianos sino se hizo universal y por ejemplo, en Norteamérica, es la más grande fiesta mercantil y comercial habida, con sus luces de colores, pintorescos árboles adornados de regalos, Santa Claus y trineos musicales, Caín ante el olvido de que esta fiesta se debe al nacimiento de Jesús y no a la parafernalia del consumismo desenfrenado, resulta un libro creyente mirando el nuevo mundo que se avecina. Ya tenemos también un avance en este camino con las difundidas novelas de Harry Potter, donde se destaca un mundo sin iglesias, sin cleros ni fe religiosa. La Biblia desmitificada parece ser la búsqueda de Saramago, más todavía cuando ridiculiza los textos asombrosos y los hechos extraordinarios, imbuidos de fantasía en su totalidad, presentados como sucesos concretos ocurridos en el tiempo y el espacio. Rechazo, en realidad, a la creación de un grupo de hombres de inventiva, cuyas versiones mágicas en la mayoría de sus aspectos sirven a un propósito: el ejercer dominio sobre los hombres no pensantes. Se valen de esta manera de los misterios de la existencia misma, rodeados de información elaborada con el fin primordial de impartir la dominación mental.


Saramago en Caín no explica su ateismo, se vale de él para tratar de explicarse irónicamente por qué la gran mayoría es creyente sin importarle el ridículo de aceptar absurdos extravagantes, además sin darse la oportunidad de explicarse lo desconocido. El escritor toma distancia punzante y mordaz respecto a la fantasía y lo mágico, puesto que lo supernatural bíblico no se explica sino se acepta por venir de Dios. De ahí que, el Nóbel de la literatura convierte a la Biblia, por segunda vez, en una especie de novela “mágico realista” escrita por muchos autores sin acuerdo entre ellos, una obra digna de los cuentos infantiles por la simpleza de sus inverosímiles argumentos.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Rocío Silva Santisteban: Clo & Meche

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
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Hace cien años murieron dos de las mujeres pioneras del periodismo de nuestro país: me refiero a Clorinda Matto y a Mercedes Cabello. Ellas representaron no solo el esfuerzo de las primeras mujeres ilustradas por el conocimiento –tuvieron la suerte de ser educadas por maestras que les enseñaron idiomas, por padres que les abrieron las puertas de sus bibliotecas y de sus mentes– y por la búsqueda de justicia –en el caso de la cusqueña Clorinda por los indígenas, Mercedes por las propias mujeres– sino también la pluma de las primeras peruanas que decidieron escribir en revistas y periódicos para participar a través de la prensa en el debate público.




Grimanesa Martina Matto Usandivaras nació en Calca, Cusco, en 1852. Luego de casarse con el comerciante Joseph Turner escribe una serie de “Tradiciones cusqueñas” que le dan mucho prestigio. Después de enviudar a los 28 años se traslada a Arequipa donde dirigió La Bolsa, y finalmente cuando llegó a Lima lo hizo para dirigir una de las revistas más importantes de la época: El Perú Ilustrado. Por la misma fecha (1889) publicó Aves sin nido, novela que causó un gran revuelo pues en sus páginas denunciaba las inmoralidades del clero (un hombre y una mujer no pueden culminar su amor porque se enteran que son hermanos e “hijos de cura”). La Iglesia no olvidaría la ofensa, y pocos meses más tarde, el arzobispo de Lima denunció a la severa Clorinda de “pornógrafa” por publicar en El Perú Ilustrado el cuento “Magdala” de Henrique Coelho Netto (se insinúa una relación non santa entre Jesús y María Magdalena). La excusa fue perfecta: Clorinda es ex comulgada y debe renunciar a la revista. Aves sin nido engrosa el index de libros prohibidos y, como es lógico, se convierte en un best seller. A los pocos años, luego de intentar sacar adelante una pequeña imprenta, Matto es repudiada por Nicolás de Piérola y su casa e imprenta son saqueadas. Tiene que salir del Perú y finalmente muere en Buenos Aires.




La vida de Mercedes Cabello tampoco fue un lecho de rosas, a pesar de que, gracias al apoyo de su familia, Cabello se convierte en una de las primeras intelectuales peruanas del s.XIX. Quizás uno de los motivos fue su estirpe moqueguana: en ese entonces una especie de centro cultural y bibliófilo bastante activo, donde Mercedes pudo aprender varios idiomas y disfrutar de las excelentes bibliotecas de su padre y de su tío. A los 22 años se traslada a Lima y luego se casa con el médico Urbano Carbonera, quien, paradójicamente, la contagia del mal que la llevaría a la “parálisis general progresiva” primero, y a la muerte después: la sífilis. Mercedes Cabello escribió encendidas defensas de la educación de la mujer y varias novelas, dos de las cuales fueron las más conocidas: Blanca Sol y El conspirador, una denuncia frontal contra el gobierno de Nicolás de Piérola.




Clorinda tenía la mirada severa, los ojos encapotados, lentes redondos y una boca muy fina. En uno de sus retratos clásicos se le ve como una severa matrona, con un sombrero de visera y flores de tocado. Por el contrario, Mercedes no usaba lentes, los ojos eran grandes y las cejas muy pobladas, el pelo ensortijado y la cara cuadrada. Clorinda intentó ser sutil y fue una mujer muy astuta; Mercedes nunca tuvo pelos en la lengua y sus denuncias siempre fueron directas y en voz alta. Ambas fueron repudiadas: Clorinda huyó al exilio, Mercedes al manicomio.




Gracias al temple de ambas, se abrieron muchos caminos que nosotras, hoy, transitamos con tanta fluidez. Acá en el Perú las mujeres les debemos –como se dijo sobre Simone de Beauvoir en Francia– todo. ¡Les debemos todo!

viernes, 11 de diciembre de 2009

Antonio Machado: Yo voy soñando caminos

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Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…


¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero…
-la tarde cayendo está-.


“En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón”.


Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.


La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece.


Mi cantar vuelve a plañir:
“Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada”.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Witold Gombrowicz: Contra los poetas

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
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SERÍA más razonable de mi parte no meterme en temas drásticos porque me encuentro en desventaja. Soy un forastero totalmente desconocido, carezco de autoridad y mi castellano es un niño de pocos años que apenas sabe hablar. No puedo hacer frases potentes, ni ágiles, ni distinguidas, ni finas, pero ¿quién sabe si esta dieta obligatoria no resultará buena para la salud? A veces me gustaría mandar a todos los escritores del mundo al extranjero, fuera de su propio idioma y fuera de todo ornamento y filigranas verbales, para comprobar qué quedará de ellos entonces. Cuando uno carece de medios para realizar un estudio sutil, bien enlazado verbalmente, sobre, por ejemplo, las rutas de la poesía moderna, empieza a meditar acerca de esas cosas de modo más sencillo, casi elemental y, a lo mejor, demasiado elemental.


No cabe duda de que la tesis de esta nota: que los versos no gustan a casi nadie y que el mundo de la poesía versificada es un mundo ficticio y falsificado, parecerá desesperadamente infantil; y, sin embargo, confieso que los versos no me gustan y hasta me aburren un poco. Lo interesante es que no soy un ignorante absoluto en cuestiones artísticas ni tampoco me falta la sensibilidad poética; y cuando la poesía aparece mezclada con otros elementos, más crudos y prosaicos, por ejemplo en los dramas de Shakespeare, en las obras de Dostoievski, de Pascal, o, sencillamente en el crepúsculo cotidiano, tiemblo como cualquier mortal. Lo que difícilmente aguanta mi naturaleza es el extracto farmacéutico y depurado de la poesía que se llama "poesía pura" y, sobre todo, cuando aparece versificada. Me cansa el canto monótono de esos versos, siempre elevado, me adormecen el ritmo y la rima, me extraña dentro del vocabulario poético cierta "pobreza dentro de la nobleza" (rosas, amor, noche, lirios), y a veces sospecho que todo ese modo de expresión y todo el grupo social que a él se dedica padecen de algún defecto básico.


Yo mismo creía al principio que esto se debía a una particular deficiencia de mi "sensibilidad poética" pero cada vez tomo menos en serio los slogans que abusan de nuestra credulidad. No hay cosa más instructiva que la experiencia y por eso empecé a realizar algunas muy curiosas: leía cualquier poema alterando intencionalmente su orden de tal suerte que se convertía en un absurdo y ninguno de mis oyentes (finos y cultos, por cierto y fervientes admiradores de aquel poeta) advertía la treta; o, analizando en forma detallada el texto de un poema más extenso, comprobaba con asombro que los "admiradores" ni siquiera lo habían leído completo. ¿Cómo puede ser esto entonces? ¿Admirarlo tanto y no leerlo? ¿Gozar tanto de la "precisión matemática" de las palabras y no percibir una fundamental alteración en el orden de la expresión? Pero lo que pasa es que todo este cúmulo de ficticios goces, admiraciones y deleites está basado sobre un convenio de mutua discreción: cuando alguien declara que le encanta la poesía de Valéry es mejor no acosarlo demasiado con indiscretas investigaciones, porque entonces se pondría en evidencia una realidad tan distinta de todo lo que nos imaginamos, y tan sarcástica, que nos sentiríamos sumamente molestos. El que deja por un momento las conversaciones del juego artístico, enseguida tropieza con un enorme montón de ficciones y falsificaciones, cual un escolástico escapado de los principios aristotélicos.


Me encontré, pues, cara a cara con el siguiente dilema: miles de hombres hacen versos; otros miles les demuestran gran admiración; grandes genios se expresan por medio del verso; desde tiempos inmemoriales el poeta y los versos son venerados; y frente a esa montaña de gloria: yo, con mi convicción de que la misa poética se efectúa en el vacío casi completo.


¡Valor, señores! En vez de huir de ese hecho expresamente, tratemos de buscar sus causas como si fuese un hecho como cualquier otro.


Poesía pura y azúcar puro


¿Por qué no me gusta la poesía pura? Por las mismas razones por las cuales no me gusta el azúcar "puro". El azúcar encanta cuando lo tomamos junto con el café, pero nadie se comería un plato de azúcar: sería ya demasiado. Es el exceso lo que cansa en la poesía: exceso de la poesía, exceso de palabras poéticas, exceso de metáforas, exceso de nobleza, exceso de depuración y de condensación que asemejan los versos a un producto químico.


¿Cómo hemos llegado a este grado de exceso? Cuando un hombre se expresa en forma natural, es decir en prosa, su habla abarca una gama infinita de elementos que reflejan su naturaleza entera; pero he aquí que vienen los poetas y proceden a eliminar gradualmente del habla humana todo elemento apoético, en vez de hablar empiezan a cantar y de hombres se convierten en bardos y vates, consagrándose única y exclusivamente al canto. Cuando un trabajo semejante de depuración y eliminación se mantiene durante siglos llégase a una síntesis tan perfecta que no quedan más que unas pocas notas y la monotonía tiene que invadir forzosamente el campo del mejor poeta. El estilo se deshumaniza; el poeta no toma como punto de partida la sensibilidad del hombre común sino la de otro poeta, una sensibilidad "profesional" y, entre los profesionales, se crea un lenguaje tan inaccesible como los otros dialectos técnicos; y, subiendo unos sobre los hombros de otros, forman una pirámide cuya punta ya se pierde en el cielo, mientras nosotros nos quedamos abajo algo confundidos. Pero lo más importante es que todos ellos se vuelven esclavos de su instrumento porque esa forma es ya tan rígida y precisa, sagrada y consagrada que deja de ser un medio de expresión: y podemos definir al poeta profesional como un ser que no se puede expresar a sí mismo porque tiene que expresar los versos.


Por más que se diga que el arte es una especie de clave, que el arte de la poesía consiste precisamente en lograr una infinidad de matices con pocos elementos, tales y parecidos argumentos no ocultarán el primordial fenómeno de que con la máquina del verbo poético ha ocurrido lo mismo que con todas las demás máquinas, pues en vez de servir a su dueño se ha convertido en un fin en sí; y, francamente, una reacción contra ese estado de cosas parece aún más justificada aquí que en otros campos porque aquí estamos en el terreno del humanismo "par excellence". Existen dos formas de humanismo básicas y diametralmente opuestas: una que podríamos llamar "religiosa" que coloca al hombre de rodillas ante la obra cultural de la humanidad y otra, laica, que trata de recuperar la soberanía del hombre frente a sus dioses y sus musas. El abuso de cualquiera de estas formas tiene que provocar una reacción y es cierto que una reacción así contra la poesía sería hoy totalmente justificada porque, de vez en cuando, hay que parar por un momento la producción cultural para ver si lo que producimos tiene todavía alguna vinculación con nosotros. Posiblemente los que han tenido la oportunidad de leer algún texto artístico mío se sentirán extrañados por lo que digo, ya que soy en apariencia un autor típicamente moderno, difícil, complicado y aun a veces -quien sabe- aburrido. Pero, téngase en cuenta que yo no aconsejo a nadie prescindir de la perfección ya alcanzada, sino que considero que esta perfección, este aristocrático hermetismo del arte deben ser compensados de algún modo y que, por ejemplo, cuanto más el artista es refinado, tanto más debe tomar en cuenta a los hombres menos refinados y cuanto más es idealista tanto más debe ser realista. Este equilibrio a base de compensaciones y antinomias es el fundamento de todo buen estilo, más, en los poemas no lo encontraremos, y tampoco se puede notar en la prosa moderna influenciada por el espíritu de la poesía. Libros como "La muerte de Virgilio", de Herman Broch o aun el celebrado "Ulises" de Joyce resultan imposibles de leer por ser demasiado "artísticos". Todo allí es perfecto, profundo, grandioso, elevado y, al mismo tiempo, nada nos interesa porque sus autores no lo han escrito para nosotros sino para el Dios del Arte.


Pero la poesía pura además de constituir un estilo hermético y unilateral, constituye también un mundo hermético. Y sus debilidades aparecen con más crudeza aún, cuando se contempla el mundo de los poetas en su aspecto social. Los poetas escriben para los poetas. Los poetas son los que rinden homenaje a su propio trabajo y todo este mundo se parece mucho a cualquier otro de los tantos y tantos mundos especializados y herméticos que dividen la sociedad contemporánea. Los ajedrecistas consideran el ajedrez como la cumbre de la creación humana, tienen sus jerarquías, hablan de Capablanca como los poetas hablan de Mallarmé y, mutuamente, se rinden todos los honores. Pero el ajedrez es un juego mientras que la poesía es algo más serio y lo que resulta simpático en los ajedrecistas, en los poetas es signo de una mezquindad imperdonable. La primera consecuencia del aislamiento social de los poetas es que en el mundo poético todo se hincha, y aún los creadores mediocres llegan a adquirir dimensiones apocalípticas y, por el mismo motivo, los problemas de poca monta cobran una trascendencia que asusta. Hace tiempo hubo entre los poetas una gran polémica sobre la famosa cuestión de las asonancias y parecía que la suerte del universo dependía del hecho de si es posible rimar "espesura" y "susurran". Es lo que sucede cuando el espíritu gremial domina al universal.


La segunda consecuencia es aún más desagradable: el poeta no sabe defenderse de sus enemigos. Y así vemos cómo en el terreno personal y social se pone en evidencia la misma estrechez de estilo que hemos mencionado más arriba. El estilo no es otra cosa sino una actitud espiritual frente al mundo, pero hay varios y el mundo de un zapatero o de un militar tiene poco que ver con el mundo de los versos: como los poetas viven entre ellos y entre ellos forman su estilo, eludiendo todo contacto con ambientes distintos, quedan dolorosamente indefensos frente a los que no comparten sus credos. Lo único que son capaces de hacer, cuando se ven atacados es afirmar que la poesía es un don de los dioses, indignarse contra el profano o lamentarse por la barbarie de nuestros tiempos lo que, por cierto, resulta bastante gratuito. El poeta se dirige sólo a aquel que ya está compenetrado con la poesía, es decir a uno que ya es poeta, pero esto es como si un cura endilgara su sermón a otro cura. ¡Cuánta más importancia tiene, sin embargo, para nuestra formación el enemigo que el amigo! Sólo frente al enemigo podemos verificar plenamente nuestra razón de ser y sólo él nos procura la clave de nuestros puntos débiles y nos pone el sello de la universalidad. ¿Por qué, entonces, los poetas huyen ante el choque salvador? Ah, porque carecen de medios, de actitud, de estilo para afrontarlo. ¿Y por qué les faltan estos medios? Ah, porque eluden el choque.


El vate y el ridículo


La más seria dificultad de orden personal y social que debe afrontar el poeta proviene de que él, considerándose superior como sacerdote de la poesía, se dirige a sus oyentes desde más arriba; pero los oyentes no siempre reconocen su derecho a la superioridad y no quieren oírlo desde abajo. Cuanto más aumenta el número de personas que ponen en duda el valor de los poemas y faltan el respeto al culto, tanto más delicada y cercana al ridículo se vuelve la actitud del vate. Mas, por otra parte, crece también el número de los poetas y a todos los excesos de la poesía ya enumerados hay que añadir el exceso de bardos y el exceso de versos.


Estas ultrademocráticas cifras minan desde el interior la aristocrática y orgullosa actitud del mundo de los poetas y nada más comprometedor, en ese sentido, que cuando se los ve a todos reunidos, por ejemplo, en un congreso: una muchedumbre de seres excepcionales. Un artista que en verdad se preocupe por la forma buscaría alguna salida a este callejón, porque sin duda estos problemas en apariencia sólo personales están estrechamente vinculados con el arte y la voz del poeta no suena bien, ni puede ser seria y convincente mientras él mismo quede ridiculizado por tales contrastes.


Un artista creador y vital no vacilaría en cambiar totalmente de actitud y, por ejemplo, él desde abajo se dirigiría a la gente: como el que pide el favor de ser reconocido y aceptado o como el que canta pero al mismo tiempo sabe que aburre. Podría también proclamar públicamente esas antinomias y escribir sus versos sin estar satisfecho de ellos y anhelando ser cambiado y renovado por el choque regenerador con los demás hombres. Pero no es posible exigir tanto a los que dedican toda su energía a la "depuración" de su rima. Los poetas siguen agarrándose febrilmente a una autoridad que no tienen y embriagándose a sí mismos con la ilusión del poder. ¡Qué ilusos! De cada diez poemas uno por lo menos cantará el poder del Verbo y la elevada misión del Poeta lo que, justamente, demuestra que el Verbo y la Misión están en peligro... y los estudios o reseñas sobre poesía nos procuran una rara impresión: porque su inteligencia, sutileza y finura están en contraste con el tono que es a la vez ingenuo y pretencioso. Todavía no han comprendido los poetas que de la poesía no se puede hablar en tono poético y por eso sus revistas están llenas de poetizaciones sobre la poesía muy a menudo horripilantes por su estéril malabarismo verbal. A esos pecados mortales contra el estilo los lleva el temor que sienten ante la realidad y la necesidad de encontrar a toda costa una afirmación de su quebrantado prestigio.


Formas de la salvación


La ceguera voluntaria se nota también en ese simplismo tremendo en que caen hombres, por otra parte muy inteligentes, cuando se trata de su suerte. Muchos poetas pretenden salvarse de las dificultades expuestas más arriba declarando que ellos escriben sólo para sí mismos, para su propio goce estético aunque al mismo tiempo hacen lo posible por publicar sus obras. Otros buscan la salvación en el marxismo y afirman con toda seriedad que el pueblo es capaz de asimilar sus refinadísimos y difíciles poemas, productos de siglos de cultura. Ahora la mayoría de los poetas cree firmemente en la repercusión social de los versos y nos dirán extrañados: "Pero cómo puede usted dudar... Vea las muchedumbres que asisten a cada recital poético. ¡Cuántas ediciones se publican! Cuánto se escribe sobre la poesía y cuán admirados son los que conducen a los pueblos por el camino de la Belleza."


No se les ocurre pensar que en un recital poético es casi imposible asimilar un verso (porque no basta escuchar un verso moderno una sola vez para entenderlo), que miles de libros se compran para no ser leídos nunca, que los que escriben en los periódicos sobre poesía son poetas y que los pueblos admiran sus poetas porque necesitan mitos. No se dan cuenta que si las escuelas no enseñasen a los niños el culto de los poetas en sus tristes y tan formales clases de idioma nacional y si este culto no se mantuviera todavía por inercia entre los adultos nadie, fuera de unos pocos aficionados, se interesaría en ellos. No quieren ver que esa supuesta admiración por el canto versificado es en realidad el resultado de muchos factores como la tradición, la imitación y, aun otros como el sentimiento religioso o la afición deportiva (porque asistimos a un recital poético del mismo modo que a una misa -sin comprenderlo- y sólo cumpliendo un acto de presencia frente a un rito; y porque nos interesa la carrera de los poetas hacia la gloria así como nos interesan las carreras de caballos); no, ese complicado proceso de la reacción de las multitudes se reduce para ellos a la fórmula: "el verso encanta porque es bello..."


Que me disculpen los poetas. Yo no los ataco para molestarlos y gustoso tributaré homenaje a los altos valores personales de muchos de ellos; sin embargo ya se ha colmado el cáliz de sus pecados. Hay que abrir las ventanas de esta hermética casa y sacar sus habitantes al aire fresco, hay que sacudir la pesada, majestuosa y rígida forma que los abruma. Poco me importa que digáis pestes de mí y de mi nota -¿acaso puedo esperar que aceptéis un juicio que os quita la razón de ser?-. Y, además, mis palabras están destinadas a la nueva generación. El mundo se vería en situación desesperada si cada año no entrase un nuevo contingente de seres humanos, frescos, libres del pasado, no comprometidos con nadie ni con nada, no paralizados por puestos, glorias, obligaciones y responsabilidades, seres, en fin, no definidos por lo que ya han hecho y por lo tanto, libres para elegir.

(Texto tomado de “Contra los poetas”, Editorial Seguitur, por la revista digital Confabulación: http://con-fabulacion.blogspot.com/

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Pedro Salinas: "Ahora te quiero..."

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com




Ahora te quiero,



como el mar quiere a su agua:


desde fuera, por arriba,


haciéndose sin parar


con ella tormentas, fugas,


albergues, descansos, calmas.


¡Qué frenesíes, quererte!


¡Qué entusiasmo de olas altas,


y qué desmayos de espuma


van y vienen! Un tropel


de formas, hechas, deshechas,


galopan desmelenadas.


Pero detrás de sus flancos


está soñándose un sueño


de otra forma más profunda


de querer, que está allá abajo:


de no ser ya movimiento,


de acabar este vaivén,


este ir y venir, de cielos


a abismos, de hallar por fin


la inmóvil flor sin otoño


de un quererse quieto, quieto.


Más allá de ola y espuma


el querer busca su fondo.


Esta hondura donde el mar


hizo la paz con su agua


y están queriéndose ya


sin signo, sin movimiento.


Amor


tan sepultado en su ser,


tan entregado, tan quieto,


que nuestro querer en vida


se sintiese


seguro de no acabar


cuando terminan los besos,


las miradas, las señales.


Tan cierto de no morir,


como está


el gran amor de los muertos.

martes, 8 de diciembre de 2009

Pablo Neruda: Algunas Reflexiones improvisadas sobre mis trabajos

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com



Guillermo Feliú Cruz y la Biblioteca Nacional han dedicado este ciclo de estudio a mis trabajos en un momento apasionado de nuestra vida civil.



Al agradecerlo con emoción, debo declarar que esta actitud entraña una responsabilidad intelectual que desafiando el miedo circundante aparece como una ejemplar y luminosa lección de humanismo .



Entre los conferencistas, ensayistas y escritores que van a participar en este seminario, yo soy, tal vez, el que tiene una posición más difícil, una posición que oscila entre la ignorancia y el pudor. La ignorancia de mi propia obra y el pudor natural de hablar de ella. Sin embargo, veré modo de hacer una pequeña reseña de algunos de los propósitos o intenciones que impulsaron mi poesía, algunos fracasados y otros madurados.



Mi primer libro Crepusculario, se asemeja mucho a algunos de mis libros de mayor madurez. Es, en parte, un diario de cuanto acontecía dentro y fuera de mí mismo, de cuanto llegaba a mi sensibilidad. Pero, nunca, Crepusculario, tomándolo como nacimiento de mi poesía, al igual que otros libros invisibles o poemas que no se publicaron, contuvo un propósito poético deliberado, un mensaje sustantivo original. Este mensaje vino después como un propósito que persiste bien o mal dentro de mi poesía. A ello me referiré en estas confesiones.



Apenas escrito Crepusculario quise ser un poeta que abarcara en su obra una unidad mayor. Quise ser, a mi manera, un poeta cíclico que pasara de la emoción o de la visión de un momento a una unidad más amplia. Mi primera tentativa en este sentido fue también mi primer fracaso.



Se trata de ese ciclo de poemas que tuvo muchos nombres y que, finalmente, quedó con el de El hondero entusiasta. Este libro, suscitado por una intensa pasión amorosa, fue mi primera voluntad cíclica de poesía: la de englobar al hombre, la naturaleza, las pasiones y los acontecimientos mismos que allí se desarrollaban, en una sola unidad.



Escribí afiebrada y locamente aquellos poemas que consideraba profundamente míos. Creí también haber pasado del desorden a un planeamiento formal. Recuerdo que, desprendiéndome ya del tema amoroso y llegando a la abstracción, el primero de esos poemas, que da título al libro, lo escribí en una noche extraordinariamente quieta, en Temuco, en verano, en casa de mis padres. En esta casa yo ocupaba el segundo piso casi por entero. Frente a la ventana había un río y una catarata de estrellas que me parecían moverse. Yo escribí de una manera delirante aquel poema, llegando, tal vez, como en uno de los pocos momentos de mi vida, a sentirme totalmente poseído por una especie de embriaguez cósmica. Creí haber logrado uno de mis primeros propósitos.



Por aquellos tiempos había llegado a Santiago la poesía de un gran poeta uruguayo, Carlos Sabat Ercasty, poeta ahora injustamente olvidado. La persona que me habló y me comunicó un entusiasmo ferviente por la poesía de Sabat Ercasty fue mi gran amigo, el malogrado poeta Joaquín Cifuentes Sepúlveda. Por este joven y generoso poeta, que guardaba una admiración perpetua hacia sus compañeros y una falta de egoísmo casi suicida que lo llevó, tal vez por aminorarse, a la destrucción y la muerte, conocí yo los poemas de Sabat Ercasty.



En este poeta vi yo realizada mi ambición de una poesía que englobara no sólo al hombre, sino a la naturaleza, a las fuerzas escondidas, una poesía epopéyica que se enfrentara con el gran misterio del universo y también con las posibilidades del hombre. Entré en correspondencia con él. Al mismo tiempo que yo proseguía y maduraba mi obra, leía con mucha atención las cartas que él generosamente dedicaba a un tan desconocido y joven poeta. Yo tenía tal vez 17 o 18 años y aquella noche, después de haber escrito ese poema, decidí enviarle este fruto de mi trabajo en el que había puesto lo más original de lo esencial mío. Se lo mandé pidiéndole una opinión muy franca sobre él, a la vez que lo consultaba si le parecía hallar alguna influencia de Sabat Ercasty.



Yo pensé, y mi vanidad me perdió, que el poeta me lanzaría una ininterrumpida serie de elogios por lo que yo creía una verdadera obra maestra dentro de los límites de mi poesía. Recibí poco después, y sin que ello disminuyera mi entusiasmo por él, una noble carta de Sabat Ercasty en que me decía que había leído en ese poema una admirable poesía que lo había traspasado de emoción, pero que, hablándome con el alma y sin hipocresía alguna, hallaba que ese poema tenía “la influencia de Carlos Sabat Ercasty”.



Mi inmensa vanidad recibió esta respuesta como una piedra cósmica, como una respuesta del cielo nocturno al que yo había lanzado mis piedras de hondero. Me quedé entonces, por primera vez, con un trabajo que no debía proseguir. Yo, tan joven, que me proponía escribir una larga obra con propósitos determinados o caóticos, pero que representara lo que siempre busque, una extensa unidad, y aquel poema tembloroso, lleno de estrellas, que me parecía haberme dado la posesión de mi camino, recibía aquel juicio que me hundía en lo incomprensible, porque mi juventud no comprendía la lección.



No comprendía entonces que no es la originalidad el camino, no es la búsqueda nerviosa de lo que puede distinguirlo a uno de los demás, sino la expresión, el camino encontrado a través, precisamente, de muchas influencias y de muchos aportes.



Pero esto es largo de conocer y aprender. El joven sale a la vida creyendo que es el corazón del mundo y que el corazón del mundo se va a expresar a través de él. Terminó allí mi ambición cíclica de una ancha poesía, cerré la puerta a una elocuencia desde ese momento para mí imposible de seguir, y reduje estilísticamente, de una manera deliberada, mi expresión.



El resultado fue mi libro Veinte poemas de amor.



Pero este libro no alcanzó, para mí, aún en esos años de tan poco conocimiento, el secreto y ambicioso deseo de llegar a una poesía aglomerativa en que todas las fuerzas del mundo se juntaran y se derribaran. Era éste el conflicto que yo me reservaba.



Empecé una segunda tentativa frustrada y ésta se llamó verdaderamente Tentativa... En el título presuntuoso de este libro se puede ver cómo esta motivación vino a poseerme desde muy temprano. Tentativa del hombre infinito fue un libro que no alcanzó a ser lo que quería, no alcanzó a serlo por muchas razones en que ya interviene la vida de todos los días. Sin embargo, dentro de su pequeñez y de su mínima expresión, aseguró más que otras obras mías el camino que yo debía seguir. Yo he mirado siempre la Tentativa del hombre infinito como uno de los verdaderos núcleos de mi poesía, porque trabajando en estos poemas, en aquellos lejanísimos años, fui adquiriendo una conciencia que antes no tenía y si en alguna parte están medidas las expresiones, la claridad o el misterio, es en este pequeño libro, extraordinariamente personal.



Curiosamente, en estos días, ha llegado a mis manos el manuscrito de una obra crítica sobre mi poesía, muy extensa, del eminente escritor uruguayo Emilio Rodríguez Monegal. No se halla aún impresa y se me ha enviado para que yo la vea. Entre las cosas que allí aparecen he visto que a este libro mío, Jorge Elliott, escritor chileno a quien conocemos y apreciamos, le atribuye la influencia de Altazor, de Vicente Huidobro. No sabía que Jorge Elliott había expresado tal error. No se trata aquí de defenderse de influencias, (ya he hablado de la de Sabat Ercasty), pero quiero aprovechar este momento para decir que en ese tiempo yo no sabía que existiera un libro llamado Altazor, ni creo que este mismo estuviese escrito o publicado. No estoy seguro porque no tengo a mano los datos correspondientes, pero me parece que no. Yo conocía, sí, los poemas de Huidobro, los primeros excelentes poemas de Horizon Carré, de Tour Eiffel, de los Poemas Articos. Admiraba profundamente a Vicente Huidobro, y decir profundamente es decir poco. Posiblemente, ahora lo admiro más, pues en ese tiempo su obra maravillosa se hallaba todavía en desarrollo. Pero el Huidobro que yo conocía y tanto admiraba era con -el que menos contacto podía tener.. Basta leer mi poema Tentativa del hombre infinito, o los anteriores, para establecer que, a pesar de la infinita destreza, del divino arte de juglar de la inteligencia y de la luz y del juego intelectual que yo admiraba en Vicente Huidobro, me era totalmente imposible seguirlo en ese terreno, debido a que toda mi condición, todo mi ser más profundo, mi tendencia y mi propia expresión, eran la antípoda de esa destreza intelectual de Vicente Huidobro. Este libro Tentativa del hombre infinito, esta experiencia frustrada de un poema cíclico, muestra precisamente un desarrollo en la oscuridad, un aproximarse a las cosas con enorme dificultad para definirlas: todo lo contrario de la técnica y de la poesía de Vicente Huidobro que juega iluminando los más pequeños espacios. Y ese libro mío procede, como casi toda mi poesía, de la oscuridad del ser que va paso a paso encontrando obstáculos para elaborar con ellos su camino.



El largo tiempo de vida ilegal y difícil, provocada por acontecimientos políticos que turbaron y conmovieron profundamente a nuestro país, sirvió para que nuevamente volviera a mi antigua idea de un poema cíclico. Por entonces tenía ya escrito Alturas de Macchu-Picchu.



En la soledad y aislamiento en que vivía y asistido por el propósito de dar una gran unidad al mundo que yo quería expresar, escribí mi libro más ferviente y más vasto: el Canto General. Este libro fue la coronación de mi tentativa ambiciosa. Es extenso como un buen fragmento del tiempo y en él hay sombra y luz a la vez, porque yo me proponía que abarcara el espacio mayor en que se mueven, crean, trabajan y perecen las vidas y los pueblos.



No hablaré de la substancia íntima de este libro. Es materia de quienes lo comenten.



Aunque muchas técnicas, desde las antiguas del clasicismo, hasta los versos populares, fueron empleadas por mí en este Canto, quiero agregar algunas palabras sobre uno de mis propósitos.



Se trata del prosaísmo que muchos me reprochan como si tal procedimiento manchara o empañara esta obra.



Este prosaísmo está íntimamente ligado a mi concepto de CRONICA. El poeta debe ser, parcialmente, el cronista de su época. La crónica no debe ser quintaesenciada, ni refinada, ni cultivista. Debe ser pedregosa, polvorienta, lluviosa y cotidiana. Debe tener la huella miserable de los días inútiles y las execraciones y lamentaciones del hombre.



Mucho me han sorprendido al no comprender simples propósitos que significan grandes cambios en mi obra, cambios que mucho me costaron. Comprendo que mi inclinación fue siempre hacia la expresión más misteriosa de Residencia en la tierra o de Tentativa, y muy difícil fue para mí el arrastrado prosaísmo de algunos fragmentos del Canto General, que escribí porque sigo pensando que así debieron ser escritos.

Porque así escribe el cronista.



Las uvas y el viento, que vienen después, que quiso ser un poema de contenido geográfico y político, fue también una tentativa en algún modo frustrada, pero no en su expresión verbal que algunas veces alcanza el intenso y espacioso tono que quiero para mis cantos. Su vastedad geográfica y su inevitable apasionamiento político lo hacen difícil de aceptar a muchos de mis lectores. Yo me sentí feliz escribiendo este libro.



Otra vez volvió a mí la tentación muy antigua de escribir un nuevo y extenso poema. Fue por una curiosa asociación de cosas. Hablo de las Odas Elementales. Estas Odas, por una provocación exterior, se transformaron otra vez en ese elemento que yo ambicioné siempre: el de una poesía de extensión y totalidad. La incitación provocativa vino de un periódico de Caracas, El Nacional, cuyo Director, mi querido compañero Miguel Otero Silva, me propuso una colaboración semanal de poesía. Acepté, pidiendo que esta colaboración mía no se publicara en la página de Artes y Letras, en el Suplemento Literario, desgraciadamente ya desaparecido, de ese gran diario venezolano, sino que en sus páginas de crónica. Así logre publicar una larga historia de este tiempo, de las cosas, de los oficios, de las gentes, de las frutas, de las flores, de la vida, de mi visión, de la lucha, en fin, de todo lo que podía englobar de nuevo en un vasto impulso cíclico mi creación. Concibo, pues, la Odas Elementales como un solo libro al que me llevó otra vez la tentación de ese antiguo poema que empezó casi cuando comenzó a expresarse mi poesía.

Y ahora unas últimas palabras para explicar el nacimiento de mi último libro, Memorial de Isla Negra.

En esta obra he vuelto también, deliberadamente, a los comienzos sensoriales de mi poesía, a Crepusculario, es decir, a una poesía de la sensación de cada día. Aunque hay un hilo biográfico, no busqué en esta larga obra, que consta de cinco volúmenes, sino la expresión venturosa o sombría de rada día. Es verdad que está encadenado este libro como un relato que se dispersa y que vuelve a unirse, relato acosado por los acontecimientos de mi propia vida y por la naturaleza que continúa llamándome con todas sus innumerables voces.


Es todo cuanto por ahora, en la intimidad, podría decir de la elaboración de mis libros. No sé hasta qué punto podrá ser verdadero cuanto he dicho. Tal vez se trata sólo de mis propósitos o de mis inclinaciones. De todos modos, los ya explicados han sido algunos de los móviles fundamentales en mis trabajos. Y no sé si será pecar de jactancia decir, a los años que llevo, que no renuncio a seguir atesorando todas las cosas que yo haya visto o amado, todo lo que haya sentido, vivido, luchado, para seguir escribiendo el largo poema cíclico que aún no he terminado, porque lo terminará mi última palabra en el final instante de mi vida.

en: revista Mapocho, tomo II, numero 3, p. 180-182, 1964

(Texto proporcionado por Luis E. Aguilera).