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sábado, 14 de noviembre de 2009

José M. Vallejo "Homero Aridjis: ¿Un escritor marginalizado?"

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.


Del mismo modo como la obsesión por el tiempo marca la obra literaria de Marcel Proust en “En la busca del tiempo perdido,” observamos en el poeta y escritor mexicano Homero Aridjis, Michoacan 1940, una marcada obstinación, una sorprendente fascinación por el astro rey, el Sol y sus misterios, jeroglíficos y actos sacramentales traducidos en el mundo alucinante de las mariposas, las flores, el polen y los mitos mayas-aztecas relacionados. Tal vez por haberse iniciado como poeta, reconocido tempranamente en su talento por Octavio Paz, y haber sido premiado y celebrado posteriormente por su lírica versátil y vivencial, la novelística de este autor post boom hispanoamericano continúa, sin advertirse, la significativa técnica narrativa del también mexicano Juan Rulfo con los distintos planos cronológicos de pueblos vivos y muertos examinados por su propios habitantes. Es así que en la novela “El Hombre que amaba el Sol (2005)” y en la “Leyenda de los soles (1993)” el lector puede familiarizarse mediante la percepción poética, fuera de la retórica habitual, con la imagen mítica vinculada a la historia mexicana. Se profundiza a no dudarlo el sol de las pirámides definido por el autor como “el sol de los cerros de la creación mexicana de los cuatro soles y la era del quinto sol, como la actual.”

El aporte gramatical-lingüístico manejado por Aridjis, de alternancias temporales y espaciales mantiene a través de la lectura el contrapunto de varias narraciones simultáneas bajo un hilo conductor. Los prototipos originales se presentan por oposición y semejanza en la estructura totalizadora de la novela “El hombre que amaba el sol.” Las esporádicas apariciones de Margarita, la esposa de Tomás muerta súbitamente, son fragmentos de recuerdos donde se juntan hechos mágicos y rutinarios. Recuerdos donde están presentes las largas conversaciones de los diálogos de monólogos, los de ella centrados en las noticias estrafalarias y alarmantes, los de él en la fijación de los misterios del sol. “En Inglaterra los vehículos tienen el volante a la derecha” “En Rusia la falta de sol en invierno puede producir una tristeza azul, un desorden afectivo estacional. Con frecuencia la gente se cura de esa tristeza azul con alcohol.” “Se han avistado platillos voladores en la Zona del Silencio.” “Arrestaron al jefe de la policía de Chihuahua por dedicarse al secuestro y a la violación de menores.” Y Tomás responde “¿no crees que existen correspondencias entre las formas solares y las formas terrestres?” “La miel, ¿qué cosa hay más solar que la miel?” “Las flores amarillas de los campos son rayos solares materializados.” “Soñé que en otra vida fui el sacerdote egipcio que compuso la “Letanía de Ra” y en Teotihuacan el dios que creó el quinto sol de las cenizas de los cuatro soles anteriores.”

A través de esta novela existen saltos de la realidad al inframundo de los difuntos y los antepasados precolombinos, lugar donde las alucinaciones solares de Tomás, profesor destituido de un liceo escolar, motejado como el loco del sol, transportan al lector hacia la arqueología y la mitología de los complejos dioses mexicanos base de las abundantes leyendas populares. Clasificada su obra como del post boom, me inclino más, por el estilo, hacia la asignación de “nueva literatura” o como la llamo “literatura del siglo XXI” por su regreso al realismo con interrupciones “mágicas” en una prosa más sencilla de leer al poner énfasis en las culturas antiguas, las leyendas, la historia y el arte. De allí que Tomás, el carácter principal de la novela, adquiere por sí mismo el apellido de Tonatiuh que es el nombre del sol en el idioma nativo mexicano “Náhuatl” y a partir de ese instante su existencia transcurre en el centro de un mundo alucinado en búsqueda de la luz o sea el origen de las creencias indígenas desde los Incas en el Perú hasta los Aztecas en México. “El sol que va haciendo el día” y en el caso de Tomás “el que va haciendo la vida.”

También como en las novelas cubanas, Aridjis, se plantea en la narración el sincretismo religioso de los credos originarios con el catolicismo perteneciente al colonialismo. “En nuestro mundo el eclipse es una lucha entre el águila, nagual del sol, y el jaguar, la muerte. Miren dice un curandero nahua: “el jaguar del cielo nocturno se está tragando al Quinto Sol.” “Es el eclipse del divino sol por la intersección de la Inmaculada Luna, María Nuestra Señora Venerada en su sagrada imagen de Guadalupe, para librar de contagiosas pestes, y asegurar la salud de la especie humana,” se arrodilló una monja. “Bravo, ve y piensa: la danza del sol y de la luna con la tierra se está llevando a cabo” exclamó un maestro de escuela. “me tiemblan las chiches y mi vagina sangra”, una joven del Club de las Selenas alzó un alcatraz. ¿Vieron? Se me puso la carne de gallina, como si el eclipse del sol se hiciera dentro de mí.” … “En nuestra cultura –afirma el curandero-el eclipse de sol se dice Tonatiuh Qualo, que significa: el sol es comido, devorado en pedazos por el jaguar.” “Este eclipse mostrará al Cristo cósmico y a la María de los mares lunares la era del cambio,” aseveró la monja.

En la novela, Teresa, ahijada de Tomás quien fue su alumna en el liceo, está enamorada del viudo en permanente consulta con su esposa muerta Margarita, y él también es seducido por los encantos de su ex alumna padeciendo múltiples desvaríos sexuales nunca realizados. Este amor platónico transcurre plácido hasta la vejez, pues Tomás al sentirse inspirado a trabajar en sus investigaciones sobre el sol, se olvida del amor materializado. En realidad, en el conjunto de la novela, como en Pedro Páramo de Rulfo, estamos siempre en las fronteras de la vida y la muerte. El desafío de Aridjis, escritor de cierta manera marginalizado en su propio país por la crítica dedicada en su mayor parte a la propaganda de ventas y no a los logros literarios, primero el negocio luego la cultura, se enfrenta a la novela lineal o sea a la de construcción tradicional en la que han caído escritores como Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa con sus “Best Sellers,” en principio, hoy en día, ambos dedicados a temas triviales y sexuales (prostitución), luego de sus éxitos iniciales como novelistas de rango incluidos, sin crear estilos propios, como Carpentier, Cortázar y García Márquez, en el boom latinoamericano. El tono de estas obras triviales es invariablemente la descripción y no la denuncia acerca de la explotación del ser humano en las variantes étnicas, clasistas o de discriminación de la mujer en el mundo actual, donde está censurada cualquier apología dirigida a la segregación y la exclusión.

Poeta, narrador y diplomático, embajador de México ante la UNESCO, Homero Aridjis es también un combativo activista por los derechos humanos y la defensa del medio ambiente, habiendo creado el Grupo de Los Cien, conjunto de renombrados intelectuales y artistas comprometidos con la preservación de la naturaleza y el ecosistema, dinamismo no bien visto por las autoridades oficiales de México, aunque vitales para su creación literaria. Fuerza motriz progresista impugnada en su país de origen, motivo por el cual el autor se ha visto frecuentemente estorbado (marginalizado) en cuanto a la divulgación de su obra fundamental de hacer convergir la protección del agua, la tierra, los árboles, la vida animal, con la creación poética y novelística. Con 38 libros publicados traducidos a varios idiomas, y varios galardones literarios, la marginalización en el mundo de la cultura mexicana y latinoamericana oficial tiene que ver, sin duda, con su posición política e ideológica.