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viernes, 16 de abril de 2010

César Ángeles: Polémica con José Rosas Ribeyro: Vallejo y Georgette

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com

lunes 12 de abril de 2010



SALUTACIÓN ANGÉLICA


Polémica sobre Vallejo ante la crítica


Por César Ángeles L.


En mi artículo «César y Georgette Vallejo entre las dos orillas y al pie del orbe» (Intermezzo Tropical 6/7: 141-144), debato ciertos criterios y conclusiones canónicas sobre ambos personajes, partiendo de la colaboración «Un Vallejo propio y mío», de José Rosas Ribeyro (en revista Martín 18/19: 157-167). En la revista virtual El Hablador, este último ha respondido mi mencionado texto con virulencia e ironía, lo cual me motiva a exponer los siguientes comentarios. Lo hago también porque, (no solo) en el Perú, el debate de posiciones en el campo cultural es escaso y usualmente sin nivel, prevaleciendo la componenda entre argollas intelectuales, y también por consideración a los lectores de las tres revistas mencionadas.


Al señor Rosas Ribeyro no lo acuso yo de mentiroso como él sí me acusa a mí (entre otros varios cargos). No lo acuso de nada, porque, como se dice en una película clásica de Francis Ford Coppola, «no es nada personal». Critico sí la posición conservadora que se esconde bajo un ropaje de renovación, librepensador e ilustrado. En Intermezzo Tropical (IT: revista de la que formo parte), nos une la convicción de que el terreno cultural está atravesado por la política, y nos interesa evidenciar las posiciones que muchas veces contienden de modo soterrado. Lo bueno de su réplica en El Hablador, y lo bueno de los debates, cuando no se pierden en atajos que a nada llevan, es que los velos caen definitivamente. De ahí que, en dicha airada réplica, se manipulen una serie de epítetos que, al igual que en el caso de Vallejo y sobre todo de su esposa Georgette, apuntan a caricaturizar al interlocutor, para así minimizar sus argumentos.


Los cargos que me lanza (de tener yo «anteojeras marxistas», ser «sectario», «religioso» y «miembro de la cofradía de Santa Georgette») son indemostrables sencillamente por ser falsos. Tampoco es verdad que «santifique» a políticos como Stalin ni a grandes poetas como César Vallejo. Todo ese arsenal de epítetos pretendidamente descalificadores proviene de su imaginación y de sus particulares problemas y fobias en relación con el marxismo, con las experiencias socialistas y sus representantes. Es el caso, por ejemplo, del sambenito «estalinista» que cierto sector «progre», con ánimos más apaciguados que en su incendiada juventud, suele utilizar en diversas partes del mundo para deslegitimar a quienes asumen posiciones claras y radicales ante el poder. De este modo, también, se desvía el centro del debate.


Hago frente al hecho de que, desde una posición anarca, del renegar del socialismo y del marxismo, haya tantos que vean en cualquier legítima adhesión a dicho camino algo dogmático, de sectas y aun religioso en el sentido ocultista de esta palabra. Por el contrario, creo que hacer visible la posición e ideología es, además de honesto, en el caso específico del socialismo y cuando este se asume con la mínima coherencia necesaria, útil y fértil en cualquier terreno, más aun cuando se está verdaderamente por la transformación de esta vida en algo mucho mejor de lo que heredamos.


Por otro lado, nada más sano –y marxista– que ver a los personajes de carne y hueso en su verdadera realidad. De ahí también que, en el caso específico de César Vallejo, haya yo trabajado otros lados suyos, y poco observados, como el humor, en contra de la canónica visión grave y sufrida del poeta. No promuevo ni refuerzo mitos. Lo anterior no niega, evidentemente, la condición doliente en la base de su poesía, sino que le otorga una dimensión distinta, integrada a los vectores de luz y constructividad que la animan, y a su vida misma. Creo sí que hacerse cargo de la vida y la crítica de cualquier persona o trayectoria se realiza siempre desde una posición política. Ningún retrato ni edición de datos es aséptica ni gratuita. Pensar lo contrario es una concepción idealista que no comparto. A fin de cuentas, la manera como contamos la historia y la de sus protagonistas refleja lo que vemos según nuestra propia perspectiva y experiencia. Confianza en el anteojo, no en el ojo, escribió Vallejo. No, señor José Rosas Ribeyro, nada de lo que he escrito antes o ahora sobre César y su esposa Georgette rechaza ni distorsiona sus caídas ni carencias, pero tampoco soslaya sus genialidades y aciertos. Mi batalla no es tampoco contra alguna persona en particular, sino que, al ser un convencido de que se es poeta desde el ser social de cada quien, desde las condiciones concretas que marcan la vida y la obra de cualquiera, pienso que esto mismo vale cuando se hace la crítica o la biografía de cualquier persona o creador.


Paradójicamente, la actitud desde la que usted se sitúa en su réplica en El Hablador es la misma que critica (a mi juicio equivocadamente) en Susana Reisz, a propósito del debate sobre María Emilia Cornejo; es decir, «tener dotes de ilusionista» al atribuir(me) «cosas que nunca he dicho». Para no abrumar a los lectores interesados en este asunto de César y Georgette Vallejo ante la crítica, me limitaré a lo esencial, reiterando, como acoté en IT 6/7, que hace falta una suerte de puesta al día de la exégesis vallejiana, donde se revele el who is who desde la confrontación de posiciones.


1. Nunca he negado que Vallejo tuviera dificultades económicas en Europa, ni que pidiera préstamos (devueltos o no), ni sus particulares tratos con las mujeres de su entorno, ni siquiera se ha negado la hipótesis que usted sostiene de que muriera por una enfermedad venérea como la gonorrea. Es decir, no hice ningún texto idealizador ni mitificador que rechace de plano todo lo que algunos afirman, pretendidamente, por una perspectiva más «humana» y terrenal de César Vallejo. Lo que declaradamente debatí es la línea de exégesis académica en la que usted se inserta, y donde todo lo anterior cobra primer plano. Al mismo tiempo, se desplaza o torna invisible lo que usted, ahora sí, reconoce a medias en El Hablador acerca de un gran creador como Vallejo: su praxis revolucionaria, su «defensa del comunismo» y su participación en el Congreso de Escritores Antifascistas en España (donde, en contra de su afirmación, sí tuvo protagonismo incluso homenajeando la memoria del poeta entonces asesinado por la ultraderecha española: Federico García Lorca. Relea, por ejemplo, el «Estudio preliminar», de Jesús Cabel, en la Correspondencia completa de Vallejo (p. XLVII), que ha priorizado para su argumentación en Martín y El Hablador).


2. En buena cuenta, no se han discutido los datos que José Rosas, como individuo, pone en su valoración de César Vallejo y su compañera. Lo que se ha criticado, si lee bien mi artículo, es la forma como edita la información biográfica de Vallejo para enfatizar una imagen del poeta en desmedro de otra(s). Cito un ejemplo –de la colaboración en Martín– e invito a que se lean los textos que motivan este debate:


Vallejo le pide incesantemente dinero a Pablo Abril de Vivero y a Juan Larrea, a Gerardo Diego en alguna ocasión como también a otros amigos y conocidos. Son préstamos sin retorno, dinero que sale de una cartera generosa y que no vuelve nunca a ella. Esta lucha por sobrevivir, esta permanente búsqueda de dinero es una de las constantes de las cartas de Vallejo. Y el poeta aparece un poco como pícaro que le saca dinero a uno para pagarle a otro y así una cadena que siempre se cierra en Abril de Vivero, Larrea y otros amigos que lo estiman y lo respetan y le dan dinero. Una vez cuando recibe una suma destinada a comprar un pasaje para regresar al Perú [del gobierno peruano], la utiliza para irse a Rusia; otra vez, utiliza lo que gana con colaboraciones periodísticas en permitirse algunos placeres, aunque luego, para sobrevivir día a día, tenga que recurrir de nuevo a préstamos que no pagará nunca (IT 6/7,163: énfasis mío).


De esta manera, se refuerza una imagen biográfica del autor de Los heraldos negros como un sujeto más bien disipado, frívolo y mendicante, soslayando lo que considero más urgente de relevar, sobre todo en estos tiempos, donde una serie de prácticas tramposas y burocráticas han desdibujado opciones de auténtico cambio en el mundo actual, gobernado por el salvaje neoliberalismo. Pienso que relevar el aporte creativo y vital de ciertas personalidades como Vallejo, por ejemplo, es algo inestimable mientras este mundo siga corrompido por el egoísmo y la discriminación desde las minorías en el poder. Más adelante vuelvo sobre la tendencia que se ha ido consolidando acerca de nuestro mayor escritor y lo que en ella se resalta, criticándola a partir de los objetivos políticos (visibles o no) que siempre operan en toda edición de los datos empíricos. Como se apreciará, no es ningún acierto que en la cruzada por «humanizar» a ciertas personalidades se trueque un supuesto cliché por otro aun más patético.


3. Acerca de Georgette de Vallejo, ella es central en el rescate de la obra y la vida de César, aunque algunos quieran ningunearla. No creo sinceramente que ella sea «responsable de la versión oficial sobre el inmenso poeta», como Rosas Ribeyro afirma. En los Apuntes biográficos, de Georgette, se observa más bien que salía al frente de varios intelectuales, conocidos y amigos de Vallejo con cuya posición no solo no coincidía, sino que combatía sin denuedo. No quiero repetir todo lo ya dicho al respecto en IT 6/7, pero, si usted no tiene esas oscuras anteojeras que me achaca, coincidiremos en que, por el contrario, una versión oficial y que ha llegado a prevalecer en el público masivo (que no siempre lee al poeta, pero cree conocerlo por lo que el canon de la crítica señala) es la de un César Vallejo sin recursos, enfermo, difícil, un gran poeta, pero con un destino infeliz y desdichado. A esto he llamado (y no solo yo, claro) propender a una visión «miserabilista». Díganos de qué otro modo se puede calificar la cita anterior donde tilda a Vallejo de ser «un pícaro» con sus amigos ―lo que no es un dato empírico, sino una interpretación toda suya―, o este otro aserto que aquí reproduzco, por considerarlo también representativo del tono que guía su artículo en Martín:


Más adelante, al cierre de su texto, José Rosas concluye: «[No te he olvidado] precisamente por los poemas que escribiste allí y en otras partes a pesar del frío, el hambre, las borracheras, las enfermedades, las zorrillas y Georgette» (IT 6/7, énfasis mío).


Como decir luminoso y envidiable en la poesía, pero con una vida que sería todo lo contrario: mediocre y digna de compasión. Esta critica, que podemos catalogar de bipolar, es común en muchos académicos y escritores del Perú y el extranjero en su aproximación a César Vallejo. Es más, si la luz y fuerza de su poética en nada parece ayudarles a matizar su retrato del autor de Poemas Humanos, más bien el excesivo patetismo con que caracterizan su biografía sí ha solido oscurecer su obra de un manera injusta y, dicho sin ambages, equivocada.


4. Reconforta que José Rosas llame «dama» a Georgette ahora en El Hablador, ya que en varios pasajes como la última cita eso queda bastante en duda, por decirlo suave. ¿En qué sentido aporta altura ética y veracidad situar entre lo peor que le habría pasado a Vallejo a una mujer que, además de rescatar su gran obra inédita de la crónica indiferencia del Estado peruano (es decir, la gris burocracia del consulado de París) a la muerte del poeta, dedicó varios años a esta tarea aun decidiendo radicar y morir en el difícil Perú? Eso mismo que usted hace con Georgette lo han hecho otros, que, aun muerta ella, luego de vilipendiarla de mil maneras, de seguro se ríen con esa «risita» de Lima a la que se refería asqueado el propio César habiéndola experimentado en carne (cárcel) propia, y de ese Perú oficial y oficioso que se regocija al hundir en el fango del imaginario y la vida concreta a los mejores hombres y mujeres de este país. Coyné tiene de seguro un lugar en el rescate del legado vallejiano (¿cuándo he negado eso?), pero él, como el español Juan Larrea y otros más, cuánto también han ido cambiando hasta convertirse en lo que el vallejista Max Silva critica:


Lo que en política es un demagogo, en vallejismo es un vallejogogo. El término me fue sugerido, entre chanzas y veras, por Jorge Puccinelli… El indiscutible representante de la vallejogogía es Juan Larrea… Vallejogogo peruano es Enrique Chirinos Soto.


[Reveladora también resulta su caracterización de André Coyné, y cómo este pasa de ser inicialmente un reconocido pionero en los trabajos críticos sobre Vallejo a ser un «vallejoclasta»:]


Debo aclarar que estoy lejos de creer que Vallejo sea intocable… Otra cosa es el modo en que se realiza la perspectiva crítica. En ese sentido, probaremos cómo Coyné maltrata con mala fe a César Vallejo (en «Tipos de vallejistas»: Vallejo/su tiempo y su obra. Actas del coloquio internacional. Universidad de Lima: 401, énfasis mío).


A propósito de Max Silva, ¿así que a usted le parece que ser amigo de Georgette lo descalifica para emitir juicios veraces sobre ella, su entorno, o la critica alrededor de Vallejo? Su argumento, además de antojadizo, contradice la total credibilidad que usted sí da a los amigos de Vallejo como Larrea, Coyné, More u otros, a quienes no ha descalificado por haber sido tales. Pienso que el grado de amistad o relación con alguien no determina nada a priori, y menos en una tarea de investigación con la verdad en la mano. Afirmar lo contrario es adherir a un prejuicio, un dicho acientífico.


5. Asimismo, ante la «sorpresa» que usted menciona haber experimentado, en Martín, sobre el uso del apelativo «zorrillas» ―y que recién ahora en El Hablador reconoce que también lo usó Vallejo con amigos suyos: es decir, ya no solo con las mujeres―, cabe ver este término en relación con lo sostenido por Juan Domingo Córdoba, el autor de la célebre foto de la pareja Vallejo en Versailles. Ya dije, en IT 6/7, que, en su libro César Vallejo del Perú profundo y sacrificado, aquel menciona que dicho apelativo lo trajo un mexicano a la bohemia parisina de entonces. En tanto amigo cercano de la pareja y, también, de Juan Larrea, Córdoba aporta apreciaciones sobre la vida amorosa y sexual de Vallejo, además de juegos verbales de Henriette (su primera pareja francesa) con César acerca del término «zorrillas», que relativizan las conclusiones de Rosas Ribeyro en su lectura de la Correspondencia vallejiana (Cf. 195-214).


Por lo demás, aunque no le guste a algunos por su declarado encono con Georgette, hay también varias cartas donde ella es algo muy distinta a una «zorrilla», como las que se pueden leer en la citada Correspondencia, desde la página 439 a la 455, dirigida a varios amigos. Georgette aparece aquí del lado del corazón del poeta, como su pareja y sin ninguneo ni maledicencia alguna, e incluso depositaria de cuidados solicitados para ella, varios años más joven que César, como en la postal al propio Juan Domingo Córdoba, que termina así: «mis respetos para tu señora. No olvides a mi mujer» (octubre 1931). Todo lo anterior pone en discusión no solo la supuesta «misoginia» que José Rosas enfáticamente sindica en Vallejo, sino sobre todo, como dije, la manera como edita los datos biográficos y extrae conclusiones absolutas, con un sentido que veremos a continuación.


6. En El Hablador, José Rosas dice haber reivindicado un Vallejo «propio y suyo»: bohemio, vital, su «lado bon vivant» y su ser «sobre todo poeta», que «todo en él no era dolo, sufrimiento y combate político». Pero ¿cómo entender las citas hechas anteriormente, o este final de su texto en Martín?:


Qué triste la calle Moliѐre el domingo (como hoy) al morir la tarde, qué triste tu tristeza que me llega a través del tiempo y se me incrusta en el pecho. Te confieso que no vine a tu barrio especialmente a visitarte. Estuve antes con Sophie Calle (¿una zorrilla acaso?). No, no la conociste, ella recién nació en 1953 y tú ya estabas muerto y enterrado. (167: énfasis mío).


¿No es esta una visión más cercana al canon ya mencionado sobre el poeta de la tristeza que se supone que fue Vallejo, sin matices algunos? Por eso afirmo que el Vallejo de José Rosas no es solo «propio ni suyo», sino de una visible línea de exégesis, que critico y por lo que estamos aquí.


Al mismo tiempo, se soslaya, ironiza y rechaza la posición política revolucionaria y transformadora de Vallejo. El artículo de Rosas Ribeyro, en Martín, empieza con su edición de datos y apreciaciones desde Desire Leavin: amiga del poeta y socialista desencantada, según refiere Rosas, por «los crímenes de Stalin» (otra vez) y, por ello, «anarquista». Asimismo, a propósito del encuentro entre César Moro y Vallejo en París, rememorado por Coyné, José Rosas reivindica el anarquismo y surrealismo del poeta de La tortuga ecuestre y desdeña «el marxismo elemental» de Vallejo, e ironiza más cuando por la correspondencia con Antenor Orrego, a la salida de Trilce (1922), concluye que «Vallejo no es todavía marxista con formación de manual de Academia de Ciencias de la URSS», y que, en tanto poeta, es aún «absolutamente lúcido». O sea, al tacho libros fundamentales en su pensamiento como El arte y la revolución y Contra el secreto profesional. Sin embargo, estos volúmenes y sus crónicas desde Europa, su exitoso libro sobre el momento fundacional de la Unión Soviética, así como su narrativa y su teatro resultan claves para el retrato unitario del creador (poesía incluida, en primer plano) que fue César Vallejo y quien creció, durante sus años y viajes en Europa, en diversos sentidos: en el terreno humano, ideológico y estético, todo simultáneamente, afirmándose como el socialista que era y es. José Rosas denomina como «marxismo elemental» la atendible crítica de Vallejo a las antinomias del surrealismo, cuando en verdad el autor de «Masa» incidió en la forma económica y política de los hechos culturales. Vallejo criticó, en todo caso, el «anarquismo» de la experiencia surrealista, el mero gesto epatante, grupal «de cenáculo», «cerebral» o intelectual, y no veo por qué, sino por una posición recalcitrante, se debiera obviar su juicio en el debate sobre la valoración de este importante movimiento del siglo XX.


7. Es en relación con lo anterior que usé la expresión vida heroica (parafraseando a José Carlos Mariátegui): para rescatar que, sobre las objetivas dificultades que tuvieron en vida Vallejo y Georgette, hay una obra heterogénea y esencial en nuestra contemporaneidad; que salió adelante interactuando con las nutrientes populares y de avanzada en su época, y que así labró y enseñó a labrar un camino poderoso para las generaciones que le sucedieron. No es el significado de heroísmo en el sentido de Superman o el Hombre Araña, ni de tantos falsos héroes de las repúblicas criollas latinoamericanas, ni menos del mito burgués del individuo que obtiene éxitos (por) encima de los demás, como de modo tradicional parece entender José Rosas (aquí cabe incluir, por afinidad ideológica, sus ironías y arbitrarias interpretaciones al testimonio de Max Silva sobre el apoyo que habría dado Georgette a las guerrillas del sesenta en el Perú).


El concepto de vida heroica lo tomo de la filosofía y las ideas políticas de Mariátegui acerca del socialismo peruano y de sus libros Ideología y política y Peruanicemos el Perú, y nos sirve para remarcar victorias populares inobjetables en el plano de la creación, la crítica y la política, en países como el Perú, con un imaginario masivo tan sistemática y deliberadamente educado en derrotas. De esa matriz nace, además, el recomendable libro La agonía de Mariátegui. La polémica con la Komintern (1980), de alguien que, como Rosas Ribeyro, hizo un doctorado de Historia en París: Alberto Flores Galindo (y quien publicó, además, con Ricardo Portocarrero, Invitación a la vida heroica: antología de «textos esenciales» de José Carlos Mariátegui, reeditada hace poco por el Congreso). Que su benevolencia otorgue a todos ellos algún crédito en este punto del debate.


8. A estas alturas, se ve que lo que irrita a Rosas Ribeyro no es tanto ni solo la supuesta «santidad» a la que Georgette y su «séquito» ―yo incluido, claro― habrían elevado a César, sino la posición y militancia de este en los agónicos días del civilismo en el Perú y, sobre todo, durante el periodo de entreguerras en Europa, expresadas con coherencia en su poesía hecha desde allí como en la cotidianeidad misma. Es decir, su crítica es política, no solo de carácter personal o por adjetivos más o menos. Entonces, ¿lo de que «Vallejo no fue un santo» viene por su suerte humana demasiado humana (incluida la gonorrea que le supone José Rosas), o por rebatir su posición marxista evidente en los poemas y la obra escrita desde Europa? Como he indicado en IT acerca de las razones también políticas para desdeñar a Georgette, me inclino por la última explicación. Los sentimientos y las representaciones están atravesados por la pasión política, la más humana de las pasiones, y no descubro nada al afirmar esto.


9. En suma, nada de santificaciones ni idealizaciones. En IT 6/7, expuse cuatro factores o razones que hallo, me imagino, para el odio que alguien como Georgette ha venido provocando en ciertos exégetas de Vallejo. Un odio que, considerando nuestras circunstancias personales y sociales, me suscitó hace años una espontánea simpatía aun sin haberla conocido, porque pienso que lo que el canon desplaza con injurias y hachazos suele ser más verdadero y renovador que lo que acoge en su seno. Usualmente, es un odio alimentado por el miedo a ser puesto en evidencia, a perder posiciones de control y manejo conservador en el plano de las representaciones culturales y políticas. Lo anterior se vio confirmado cuando leí sus citados Apuntes biográficos, y al conocer mejor su trayectoria vital y aportes de diverso tipo en relación con su célebre esposo. Por lo demás, no solo es mezquino y vano, sino que en nada ayuda para el retrato del César Vallejo de carne y hueso, y del poeta, pretender sepultarla (no una sino muchas veces) bajo una ruma de denuestos, más allá de cuál sea el origen de los mismos. Pero si se desdeña los criterios de los amigos (que también los tuvo y tiene) de Georgette, conviene releer el prólogo de Jesús Cabel en su Correspondencia completa de Vallejo. Al final, entre otras razones y calificativos muy divergentes de los usuales en relación con aquella, leemos lo siguiente:


Encuentro que la historia literaria del país no ha procedido con justicia con Georgette de Vallejo […]. Confieso que no me queda ninguna duda y puedo suscribir las palabras del filósofo David Sobrevilla: «hace unos años suscribí un memorial pidiendo la repatriación de los restos de Vallejo al Perú. Pero ahora, luego del estudio del epistolario del poeta y de conocer algunos detalles sobre los últimos años de su vida en nuestro país ―Georgette falleció en la Maison Santé sostenida como indigente por la Beneficencia Francesa―», he cambiado de opinión. Pienso que es preferible que Vallejo continúe reposando en el Cementerio de Montparnasse, como él quiso. Orrego tenía razón: el Perú jamás podrá cancelar el bochorno por la muerte del poeta. Ese bochorno solo ha aumentado ―si cabe― con la enfermedad y muerte de su viuda» (Correspondencia completa: LVI, énfasis mío).


Se trata de una firme y dramática adhesión a César y Georgette Vallejo, que se aúna de forma natural con mis argumentos expuestos en Intermezo Tropical 6/7 y reiterados aquí. No, no deseo que se retire ese libro de las escuelas. Por el contrario, ojalá se agitaran las conciencias de los jóvenes con el debate crítico de la obra completa de todos los grandes hombres y mujeres de todo tiempo, empezando por el Perú, que han contribuido de diversas maneras a transformar en verdad la vida. Que se debatiera abiertamente para recuperar la sensibilidad y el espíritu crítico de la juventud, que hace tanta falta. Que así se rompan definitivamente los diques sostenidos por las viejas imágenes y caricaturas establecidas y reproducidas durante décadas de verdades a medias y engaños, que pasan por testimonios fidedignos y ciencia erudita. Si hay un mito ―o dos― sobre César y Georgette Vallejo es el del abatimiento, la desdicha, la pobreza, las enfermedades, la desesperación y las infinitas deudas, es decir, el mito de la derrota, a la que con buena o mala voluntad el artículo del señor José Rosas Ribeyro contribuye como el de muchos otros que, amigos o no de la pareja, han labrado una representación negativa que se asemeja tanto a la que también se cierne sobre todos aquellos peligrosos disidentes y mílites de la revolución y la esperanza en diversas latitudes del orbe. En lo que a mí concierne, deseo contribuir sin reservas a derrumbar esa limitada y limitante tradición crítica para relevar lo que considero esencial y todavía acallado.

BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA


Revista de cultura y política Intermezzo Tropical 6/7: 141-144.


Revista de Artes & letras Martín 18/19 (2008). Lima, Universidad de San Martín de Porres.


Ángeles L., César (2002) “C. Vallejo que estás en los cc.” (poema).


Espejo Asturrizaga, Juan (1965) César Vallejo. Itinerario del hombre. 1892-1923. Lima, Librería Editorial Juan Mejía Baca.


Cabel, Jesús (2002) César Vallejo: correspondencia completa. Lima,


Pontificia Universidad Católica del Perú. Edición, estudio preliminar y notas de Jesús Cabel.


Córdoba, Juan Domingo (1995) César Vallejo del Perú profundo y sacrificado. Lima, Campodónico editor.


Gutiérrez Correa, Miguel “El Poeta César Vallejo y el Marxismo”.


Pachas Almeyda, Miguel (2008) Georgette Vallejo al fin de la Batalla. Lima, Juan Gutemberg.


Puccinelli, Jorge (1987) César Vallejo. Desde Europa. Crónicas y artículos 1923-1938. Lima, Fuente de Cultura Peruana. Recopilación, prólogo, notas y documentación por Jorge Puccinelli.


Sánchez Lihón, Danilo “Georgette Vallejo, ser otra vez uno”.


Silva Tuesta, Max (1992) “Tipos de vallejistas” (texto con 53 notas bibliográficas). En Vallejo: su tiempo y su obra. Actas del coloquio internacional. Universidad de Lima: 398-410.


Vallejo, Georgette (1974) “Apuntes biográficos sobre César Vallejo”. En Vallejo Obra poética completa. Lima, Mosca Azul editores: 351-457.


-----------------------(24/04/1976) “Como una estela de tu muerte”, entrevista a Georgette de Vallejo. En la revista española Triunfo.Varas, Domingo (04/01/2007) “La reivindicación de la viuda negra” (entrevista a Alberto Aznarán).


Varios (1994) Vallejo: su tiempo y su obra. Actas del coloquio internacional. Universidad de Lima; publicado en dos tomos.


Publicado por Intermezzo Tropical en 16:27

martes, 13 de abril de 2010

José Luis Díaz-Granados: "Escritores y alcoholes"

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com


Parece que al fin los biógrafos de Shakespeare han terminado por ponerse de acuerdo en que el poeta murió a causa de una intoxicación etílica a la temprana edad de 51 años. Aquel 23 de abril de 1616 —por coincidencia, el mismo día, mes y año en que moría Cervantes—, los vecinos comentaban que durante la noche anterior el autor de Romeo y Julieta "había bebido demasiado vino".
El que un autor literario haya sido de manera predominante consumidor de vegetales, de café o de drogas heroicas puede constituir algo sencillamente anecdótico: Balzac bebía 50 tazas de café negro al día (o mejor, durante la madrugada) y sólo así se sentía estimulado para escribir. George Bernard Shaw sólo comía vegetales sin haber probado jamás la carne ni el alcohol.
Y la mayoría de los novelistas del movimiento "beatnik" probaron la marihuana, la cocaína y el LSD. Pero que un escritor sea (o haya sido) un dipsómano impenitente parece ser casi un ritual paralelo al de su amor por las palabras.
No existe una razón lógica para creerlo. Incluso alcohólicos tan reconocidos como Hemingway, Karen Blixen o John Steinbeck aconsejaban no escribir jamás bajo los efectos etílicos. Sin embargo, no son pocos los textos y los libros en los que especialistas han intentado hallarle una explicación racional a esta extraña relación entre la creación literaria y la adicción al alcohol.
Precisamente Hemingway —quien en La Habana hizo famosos los eslogan: "Mi mojito en La Bodeguita; mi daiquiri en El Floridita"—, podía beber en un sólo día buenos tragos de vodka, ron y vino, al tiempo que ponderaba las "virtudes medicinales de la ginebra".
Un día, escribiendo en un café de París sintió sed. "Pedí un ron Saint James —recordó en sus memorias—. Con aquel frío me supo a gloria, y seguí escribiendo, sintiéndome muy bien y sintiendo que el buen ron de la Martinica me calentaba el cuerpo y el espíritu".
William Faulkner —quien al igual que el noruego Knut Hamsum recibió el Premio Nobel de manos del rey de Suecia en lamentable estado de embriaguez—, afirmaba que para escribir sólo se necesitaba un sitio acogedor, una mesa con una resma de papel, lápices y una botella de whisky. "¿Bourbon?, le preguntó el periodista refiriéndose al ron ordinario de Nueva Orleáns. No, respondió el novelista, no soy tan melindroso".
Las borracheras de James Joyce eran tan famosas en su exilio continental que no hay cronista de la "Generación Perdida" que no las registre. Su pobre mujer, Nora Barnacle, lidiaba con paciencia aquellas rascas de vino electrizante de Trieste, o del "Fendant de Sion" de Zurich, que según Joyce sabía a "mineral metálico". Según José María Valverde, "el alcohol y las reiteradas infecciones dentarias comenzaron a dañar los ojos de Joyce".
Zelda, la conflictiva mujer de Francis Scott Fitzgerald, sentía celos de la literatura. Apenas el autor de El Gran Gatsby se sentaba a escribir algunos párrafos de su nueva novela, ella lo arrastraba a una nueva borrachera hasta que él perdía el conocimiento luego de pelear y hacer las paces. Al otro día, trataba de curar la resaca sudando alcohol en largas caminatas con Hemingway para luego volver a intentar nuevos párrafos frente a su máquina.
Beodo hasta el "Delirium tremens" fue el desdichado y fascinante Edgar Alan Poe, al igual que Paul Verlaine, borracho feroz que casi mata con arma de fuego a su madre viuda, a su esposa y a su luciferino compañero Arthur Rimbaud. Pero el colmo del descaro lo llevó a cabo Truman Capote, el impecable narrador de A sangre fría, cuando ante 75 millones de televidentes declaró tartamudeando por la embriaguez: "soy marica, borracho y chismoso. Pero soy un genio".
El genial poeta galés Dylan Thomas, después de haber asombrado al mundo literario anglosajón con su Retrato del artista cachorro, realizó cuatro giras triunfales por los Estados Unidos, al término de las cuales murió luego de haber ingerido alcohol sin parar durante un mes. Tenía 39 años.
Un novelista olvidado, Halldor Kiljan Laxness, autor de Las campanas de Islandia, respondió a la pregunta de los reporteros acerca de lo que pensaba hacer con la fortuna obtenida con el Premio Nobel de Literatura en 1955: "Me la voy a beber". Lo que sin duda hizo, al igual que sus antecesores en el galardón: Sir Winston Churchill, dipsómano archiconocido, los ya citados Faulkner y Hemingway, el existencialista sueco Pär Lagerkvist y el controvertido André Gide.
El poeta colombiano León de Greiff, célebre por su cotidiana tertulia literaria del Café "Automático" de Bogotá, con Jorge Zalamea, Arturo Camacho Ramírez, Juan Lozano y Lozano, Jorge Artel y Luis Vidales, entre otros, celebró en sus versos las delicias extrañas del kirsh, el korn, el vodka, el aguardiente, el cogñac, la chicha y el mezcal. Pero también decía: "Bebamos en las cráteras de oro / que modeló el cincel benvenutino, / champán bullente y bullicioso vino".
Y no son pocos los poemas de De Greiff y de muchos otros poetas en los cuales se evoca al gran idólatra del vino Omar Khayyam, quien a su vez exaltó los dones y frutos de la bebida como símbolos de alegría vital y de optimismo.
En fin, la lista de los escritores-dipsómanos sería interminable y agotadora —Rulfo bebiendo pulque en las tiendas del D.F.; Miguel Ángel Asturias rescatado del guaro por una bella argentina; Onetti repleto de whisky mientras garrapateaba noticias en una agencia de prensa, "y el indio Darío borracho"—, pero haría válida la afirmación del poeta Juan Manuel Roca cuando se estaba proyectando la Casa de Poesía Silva en Bogotá:
—Aquí se debe exhibir la pluma de José Asunción Silva, la estilográfica de Guillermo Valencia, la pipa de León de Greiff, la máquina de escribir de Aurelio Arturo, el cacho de marihuana de Barba- Jacob y la botella de todos!
(Texto proporcionado por Con-Fabulación periódico virtual:
José Luis Díaz-Granados (Santa Marta, 1946), poeta, novelista y periodista cultural. Su novela Las puertas del infierno (1985), fue finalista del Premio Rómulo Gallegos. Su poesía se halla reunida en un volumen titulado La fiesta perpetua. Obra poética, 1962-2002 (2003).)
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domingo, 11 de abril de 2010

Julio Carmona: "Canto desde tu nombre"

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com


Patria, carta de entrañas amorosas,
He subido a las alturas erizadas de tu nombre,
He llegado a duras penas a sus agudas notas,
Allí donde se hace grito congelado
Como el dolor en los labios de un hombre herido.


Llegué, vi y dejé
Intactos tus cerros,
No quité nada a tu cielo. Sólo grabé mi nombre
En su corteza de aire. Llegué para clavarme
En las espinas de tu altura, buscándote
El secreto, la flor, la maravilla.


Subí a tu cielo azul como a un campanario
Y no encontré lo dulce que de ti buscaba.
Anduve por tus calles blancas,
Comprobé sus techos rojos, mordí la pureza
De tus árboles. Y tus piedras, como todas
Las alas, fieles a su trabajo,
Me golpearon,
Y no encontré, no vi, no hallé
La chispa de mi búsqueda.


Pero, de pronto -ciego,
Ciego de mí-, me cosquilleó una mano,
Suave como un suspiro,
Tenue mano de nube derretida: era el hombre,
Era el hombre que venía convertido en amigos,
En pellejos de llamas para la noche dura,
Con ponchos y frazadas para un mejor mañana
(Que no es lo mismo que decir buenas noches).


Y fue el mote del día siguiente,
Y el queso nieve abierta en pecho tierno,
Y el disculpen hermanos la pobreza,
Fue lo que me condujo al borde mismo del sollozo.
Y quise no seguir buscando más.
Me parecía todo revelado.


Pero surgió la clara
Dulzura de Graciela Eucalipto
Ordeñando las ubres de la noche
Para la sed infinita de mi amor desierto,
Ordenando a mis ojos la admiración y el éxtasis
Para su doble calma de manantial sin ruido.
Todo sonaba a gusto de cereza:
El agua, el cardo, la totora, el cerro.
Y nuevamente y otra vez seguí buscando
Otras dulces bellezas, más altas hermosuras:
Y así aprendí a empinarme a tus alturas
Para coger la mano del tiempo detenida
En cada flor o piedra o lluvia sin reposo.


En tus alturas, Patria, tramonté
El recuerdo de mi obrero:
Por ese sufrimiento de las manos mordidas,
Del dolor y la angustia
Del caer desde siglos de sudores sin premio.
Y en tu espacio me vi pequeño, ínfimo.
Esas alturas no eran
Para mi escuela ausente de epidermis oscura,
De pulmones ajados
Por la cruda fiereza del humoso cemento.


Pero subir a tu nombre, Patria, es beber el cielo.
Y fui a enmendar mi adusta permanencia en la sombra.
En tus alturas todo era claro.
Pero también todo era helado.
Desde tu piel de piedra, pasando
Por el mote pelado hasta el ardiente
Cañazo (y del aguijón
Del agua ni se diga) todo era frío.


Todo era frío menos los ojos vistos o vividos
En fogones tiernísimos alimentando el trago
Calientito, en la fría madrugada
Del toro-velay “que morirá mañana”.
Todo era frío menos el llanto
Del arpa, del wakrapuko
Y el violín que volaba sus cuerdas
En medio de la noche,
Aleteando un poncho de calores
Para el baile redondo
De corazones hambrientos (tal en el día
Vi avegar al cernícalo
En la penumbra del totoral
Hurgando alas menudas).


Perú, carta escondida,
Recién allí en la historia
De mi amor ardió tu nombre,
Como un llanto de fuego llegó a enriquecerme:
Yo no tengo palabras sino mundos
Metidos del dolor al dolor:
Porque no todo es risa
En ti, Perú, si hasta tu nombre
Tiene más cicatrices que la vida; y sabes,
Perú,
Que no todo sufrimiento es pena dolorida,
Pero sabes también por tus heridas
Que si el dolor es pena pero pena vivida
Es un anuncio opaco,
Pero anuncio al fin y al cabo
De nuevos, bellos, buenos o mejores días.


(Este poema es el introductorio del poemario -inédito- Mester de obrería, de Julio Carmona).