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miércoles, 22 de septiembre de 2010

Julio Carmona: A Violeta Carnero de Valcárcel. In memoriam

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
http://www.mesterdeobreria.blogspot.com/



Violeta Carnero de Valcárcel
A Violeta Carnero de Valcárcel, la conocí personalmente –si mal no recuerdo– allá por el año 2006. A pesar de haber vivido yo en Lima por un espacio de veinte años (1966-1986), nunca tuve la oportunidad de ni siquiera conversar con ella, aunque la conocía de vista y de lejos cuando asistió con Gustavo Valcárcel al Primer Encuentro de Poetas realizado en Chiclayo (conservo un libro de poemas autografiado por el poeta). O sea que con Gustavo tampoco hubo una cercanía amical. Producto también de mis aprehensiones cívicas (por entonces era –y creo seguir siéndolo– un tanto renuente a acercarme a los poetas consagrados). Incluso con la hija de ambos, Rosina Valcárcel (también consagrada poeta), tuve muy pocas oportunidades de tratarla durante mi permanencia en Lima, pese a habernos encontrado en eventos populares o de haber compartido un premio de poesía (en los años setenta). Pero, allá por el año de 1999, tuvo que pasarme la desgracia de tener un problema judicial (de injusticia laboral, cometida –por supuesto– contra mí) para que se diera la oportunidad de acercarnos amicalmente. Rosina, con esa generosidad que la caracteriza me apoyó con una nota periodística, con un desprendimiento inusual y sin ningún compromiso, pues ni siquiera habíamos cultivado hasta entonces una mínima amistad. Pero esa circunstancia me llevó a buscarla en su domicilio para manifestarle mi gratitud. Y desde entonces hemos edificado una amistad de la que no sólo me siento orgulloso, sino que cuido como si en realidad se tratase de cultivar una rosa (como la rosa de Martí). Entonces, cada vez que voy a Lima lo primero que hago es telefonear a mi amiga Rosina. Y ella, siempre generosa, reserva un lapso de su tiempo para vernos y conversar e intercambiar libros y abrazos y besos. Y, a propósito de besos, en uno de esos encuentros, acordamos con Rosina ir un día a visitar a Violeta. Y, al momento de saludarnos con un beso en la mejilla, se generó un lapsus y nos besamos en los labios. Es una anécdota maravillosa. Y allí pude constatar que, definitivamente, la sabiduría popular es totalmente acertada, comprobé en esa ocasión que “de tal palo, tal astilla”: Rosina es un reflejo del inmenso afecto que irradiaba Violeta. Cada quien con su propia personalidad, pero ambas unidas por una calidad humana singularísima. Violeta Carnero era un amor de persona. Me recibió con una demostración de aprecio que pocas veces he experimentado. Y con una sinceridad a prueba de cualquier duda. Y en los últimos años la he llamado muchas veces desde Piura para saludarla y recibir con su cálida voz la seguridad de que a mujeres y madres como ella muy bien les viene la expresión vallejiana de “Muerta inmortal”. Al día siguiente de recibir la noticia de su pase a la inmortalidad (a donde ha ido a encontrarse con su amado Gustavo), volví a difundir un poema que escribí el mismo día que la conocí en su casa. Al poco tiempo volví a dedicarle otro poema que ahora quiero –de manera virtual– hacerle llegar a Gustavo Valcárcel, como expresión de mi rendido reconocimiento al gran aporte que ambos le han hecho al pueblo peruano con su vida feraz.

CARTA ABIERTA A GUSTAVO VALCÁRCEL

Le robé un beso a tu esposa,
Inmenso poeta, Gustavo
(Un pétalo más a la rosa
No le hace menoscabo).

Pero sabes que ese beso
Tiene el don de carta abierta:
Como el fruto del cerezo
Llega a toda voz despierta.

Y a miles veo en soslayo
Dando besos a Violeta,
Convertidos en vasallos

De sus lágrimas discretas,
Pues no deja de haber mayo
Que no llore a su poeta.



De izquierda a derecha: Gustavo Valcárcel, Violeta Carnero,
Manuel Scorza y Juan Gonzalo Rose


martes, 21 de septiembre de 2010

Juan Víctor Alfaro: EL SUEÑO DEL CAMINO

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Es verdad: despierto en la mañana de ti mismo
Esperando tu otra palabra para saber que existo
Ese fondo de espejo a mi rostro distinto
Esa risa sin miedo transmitida a mi instinto

Es cierto: el mundo existe sin mí pero yo vivo
En la eterna condena de verme repetido
Encerrado en las nubes de nuestro sueño arisco
Ese que en nuestra infancia muerta descubrimos

Es verídico:
Todo esto que te digo
Pero ¿dónde se encuentra la hoz que corte su espino
Dónde el golpe certero del airado martillo?

El seguirlo soñando es mi heroico destino.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Gustavo Valcárcel: CARTA A VIOLETA

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Violeta voló como una pajarita,

sus ojos se cerraron a las 7 de la noche del miércoles 15 de septiembre del 2010.


Violeta Carnero Hoke ¡PRESENTE!



"Su nombre vivirá a través de los siglos".
Federico Engels

GUSTAVO VALCÁRCEL: Carta a Violeta


(A Ana María e Ignacio MAGALONI)




Te escribo desde tu propio hogar
Ciudad de México, 19 de noviembre,
enfermo como estoy en nuestra cama vieja
sintiendo despeñárseme la sangre
en pos de ti, río inacabable.


Sobre la almohada, a mi lado,
tibio yace tu último sueño
ahora en cambio la ciudad acoge
tu vehemencia de ola, tu vigilia de amor,
recorriendo el pan nuestro
que hoy día te lo debemos todos.


Antes yo te escribía desde mi juventud
convertida en un gran reloj de cárcel
en romance de piedra, en pasto policial,
en tristeza y tristeza de mis ojos proscritos.
Incomunicado, entonces te escribía
desde una celda o cueva
donde tu nombre era lo único viviente.


Luego seguí escribiéndote
desde Antofagasta, frente al Mar Pacífico,
desde Puerto Barrios, frente al Mar Atlántico,
desde Oaxaca, frente al tiempo,
desde ti, frente al cielo, en la orilla del mundo.


Y aun cuando te miran mis hijos fijamente
me parece que son frases sus miradas
de un alfabeto que fui incapaz de escribir.


Después de tantos meses de silencio
sentí esta mañana el deseo de escribirte
de escribirte una cosa muy sencilla:
para tanto amor, hemos sufrido poco
para tanto amor, hemos hablado poco
para tanto amor, no hemos vivido nada.


Vivir – ¿me oyes? –, vivir un día nuevo
en el que nadie nos persiga
ni nadie nos embargue
ni se nos corte la luz por unos pesos
ni se nos acuse de extranjeros.
Vivir un día nuevo
en que trabajemos sin lágrimas ni odios
pudiendo sentirnos camaradas de todos
y en el que por fin nos sea devuelto
el Perú de tus entrañas, nuestro Perú del llanto.


Vivir –¿me oyes?–, vivir un día nuevo
en el que la verguenza no nos astille el ojo
como cuando se enteran nuestros hijos
de esta paternal orfandad de dos monedas.


Vivir un día nuevo. Un día, en suma,
en el que podamos cantar todos los hombres
después de sentarnos en la yerba
a jugar a la comidita
–como dice nuestra hija–
sin que a nadie le falte que comer.


Sobre esta nueva vida deseaba escribirte
ahora que marchaste temprano a rescatar
nuestros libros del camarada Lenin
nuestros cuadros de Flores y Gutiérrez
y tu reloj y mi reloj embargados por los mercaderes.


Desde la calle me llega
el gorjeo de nuestros pequeños peregrinos
la sinfonía de la clase obrera
el clamor del mundo.
Estoy enfermo, solo, y este quinto piso
parece un subterráneo sin ustedes.


¿No demorarás?
Sobre la almohada, a mi lado,
tibio yace tu último sueño.
Encargo a mis versos una rosa para él
pero hasta la flor de la palabra
cuando quedo solo
no puede olvidar la espina
del tiempo que sufrí.


Ven pronto, cielo junto al cielo,
surca calles, vuelas plazas,
sube corriendo los pisos de nuestra altísima pobreza.
Aquí te espero, en esta cama vieja,
que tanto tiene de mí,
de tus sueños cercanos, de tus cartas lejanas,
de nuestros desvelos por los compañeros
los presos del Perú y el mundo
los perseguidos del Perú y el mundo
los explotados del Perú y el mundo.


Ven pronto, estrella y mar, música terrestre
aquí te espero y mientras llegas
empezaré a amar el porvenir
hecho luz entre tus ojos
pan en las manos de los niños
leche en tus senos, ala en tu voz,
verso en tu cuerpo, rayo en tus labios
eternidad en tu grito de gran madre
rosa roja en tu pasión de comunista
y alba en todo lo tuyo que me estoy llevando al sueño.


Escribiéndote duermo, camarada,
seguro de que, al despertarme, juntos
gozaremos el resto de la lucha
tomados de la mano hasta que caiga yo
hasta que quepan mis huesos en la tierra nuestra
hasta que mi sangre se despeñe en ti
río inacabable, vida, vida . . .


GUSTAVO VALCÁRCEL



lunes, 13 de septiembre de 2010

José Agustín Goytisolo: LOS CELESTIALES


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"No todo el que dice: Señor,
Señor, entrará en el reino…"

(Mat., 7,21)

Después y por encima de la pared caída,
de los vidrios caídos, de la puerta arrasada,
cuando se alejó el eco de las detonaciones
y el humo y sus olores abandonaron la ciudad
después, cuando el orgullo se refugió en las cuevas,
mordiéndose los puños para no decir nada,
arriba, en los paseos, en las calles con ruina
que el sol acariciaba con sus manos de amigo,
asomaron los poetas, gente de orden, por supuesto.
Es la hora, dijeron, de cantar los asuntos
maravillosamente insustanciales, es decir,
el momento de olvidarnos de todo lo ocurrido
y componer hermosos versos, vacíos, sí, pero sonoros,
melodiosos como el laúd,
que adormezcan, que transfiguren,
que apacigüen los ánimos, ¡qué barbaridad!
Ante tan sabia solución
se reunieron, pues, los poetas, y en la asamblea
de un café, a votación, sin más preámbulo,
fue Garcilaso desenterrado, llevado en andas, paseando
como reliquia, por las aldeas y revistas,
y entronizado en la capital. El verso melodioso,
la palabra feliz, todos los restos,
fueron comida suculenta, festín de la comunidad.
Y el viento fue condecorado, y se habló
de marineros, de lluvia, de azahares,
y una vez más, la soledad y el campo, como antaño,
y el cauce tembloroso de los ríos,
y todas las grandes maravillas,
fueron, en suma, convocadas.
Esto duró algún tiempo, hasta que, poco
a poco, las reservas se fueron agotando.
Los poetas rendidos de cansancio, se dedicaron
a lanzarse sonetos, mutuamente,
de mesa a mesa, en el café. Y un día,
entre el fragor de los poemas, alguien dijo: Escuchad,
fuera las cosas no han cambiado, nosotros
hemos hecho una meritoria labor, pero no basta.
Los trinos y el aroma de nuestras elegías,
no han calmado las iras, el azote de Dios.

De las mesas creció un murmullo
rumoroso como el océano, los poetas exclamaron:
Es cierto, es cierto, olvidamos a Dios, somos
ciegos mortales, perros heridos por su fuerza,
por su justicia, cantémosle ya.

Y así el buen Dios sustituyó
al viejo padre Garcilaso, y fue llamado
dulce tirano, amigo, mesías
lejanísimo, sátrapa fiel, amante, guerrillero,
gran parido, asidero de mi sangre, y los Oh, Tú,
y los Señor, Señor, se elevaron altísimo, empujados
por los golpes de pecho en el papel,
por el dolor de tantos corazones valientes.

Y así se perduran en la actualidad.

Ésta es la historia, caballeros,
de los poetas celestiales, historia clara
y verdadera, y cuyo ejemplo no han seguido
los poetas locos, que, perdidos
en el tumulto callejero, cantan al hombre,
satirizan o aman el reino de los hombres,
tan pasajero, tan falaz, y en la locura
lanzan gritos, pidiendo paz, pidiendo patria,
pidiendo aire verdadero.

(Salmo al viento, 1958)

domingo, 12 de septiembre de 2010

Sivio Rodriguez: EL NECIO

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Avanzar hacia la luz no es necedad
Para no hacer de mi ícono pedazos,
para salvarme entre únicos e impares,
para cederme lugar en su Parnaso,
para darme un rinconcito en sus altares

me vienen a convidar a arrepentirme,
me vienen a convidar a que no pierda,
me vienen a convidar a indefinirme,
me vienen a convidar a tanta mierda.

Yo no sé lo que es el destino,
caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino:
yo me muero como viví.

Yo quiero seguir jugando a lo perdido,
yo quiero ser a la zurda más que diestro,
yo quiero hacer un congreso del unido,
yo quiero rezar a fondo un hijonuestro.

Dirán que pasó de moda la locura,
dirán que la gente es mala y no merece,
mas yo partiré soñando travesuras
(acaso multiplicar panes y peces).

Yo no sé lo que es el destino,
caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino:
yo me muero como viví.

Dicen que me arrastrarán por sobre rocas
cuando la Revolución se venga abajo,
que machacarán mis manos y mi boca,
que me arrancarán los ojos y el badajo.

Será que la necedad parió conmigo,
la necedad de lo que hoy resulta necio:
la necedad de asumir al enemigo,
la necedad de vivir sin tener precio.
 
Yo no sé lo que es el destino,

caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino:
yo me muero como viví.

viernes, 10 de septiembre de 2010

César Vallejo: Entrevista (actual) a José María Eguren

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El gran simbolista de “El Dios de la centella”, me dice con cierta amargura:

- ¡Oh, cuánto hay que luchar; cuánto se me ha combatido! Al iniciarme, amigos de alguna autoridad en estas cosas, me desalentaban siempre. Y yo, como usted comprende, al fin empezaba a creer que me estaba equivocando. Sólo, algún tiempo después, celebró González Prada mi verso.

Mientras se deslíe su voz ágil, cordial y hondamente sinuosa, sus ojos, de un sombrío alucinado, parecen buscar los recuerdos, y vagan por la sala lentamente.

El poeta Eguren es de talla mediana. En su rostro, de noble tono blanco algo tostado, sus treinta y seis años balbucean ya algunas líneas otoñales. Sus maneras espontáneas, cortadas en distinción y fluidez, inspiran desde el primer momento devoción y simpatía.

Nos habla; y sus explicaciones de algunos de sus símbolos nos sugieren las más raras ilusiones. Se me antoja un príncipe oriental que viaja en pos de sacras bayaderas imposibles.

- ¿Desde sus primeros ensayos -le pregunto- su manera ha sido la misma de ahora?

- Sí -me responde, con viva alegría-. Con un solo breve paréntesis de romanticismo. Muchas de las maestrías de Rubén Darío -agrega- las tuve yo, antes de que se conocieran aquéllas aquí. Sólo que, hasta hace poco no más, ningún periódico quiso publicar mis versos. Yo, desde luego, nunca me expuse a un rechazo.. Pero, ya sabe usted, nadie los aceptaba.

Después, me relata sus largos años de aislamiento literario, que habían de ser tan fecundos para las letras americanas.

- Y el simbolismo se ha impuesto ya en América -me dice con acento y rotundidad-. El simbolismo de la frase, esto es, el francés, existe ya consolidado en el continente; y en cuanto al simbolismo de pensamiento, también, pero con matices muy diversos. Por ejemplo, mi tendencia es distinta de cualquiera otra, según dice González Prada. Así es que, como usted ve, es imposible fijar una fisonomía compendial de la poesía americana presente.

Eguren se entusiasma y goza visiblemente en sus charlas sobre arte.

Me obsequia un aromático “inglés”, y entre humo y humo pasan por nuestros labios los nombres de Goncourt, Flaubert, de Leconte de Lisle y de algunos literatos americanos y nacionales, entremezclados de algún verso divino y eterno.

- Yo y usted tenemos que luchar mucho -me dice, con gesto de suave resignación.

- Pero usted ya ha triunfado en toda la América -le arguyo-. ¿Qué noticias tiene de afuera?

- En Argentina, Chile, Ecuador, Colombia, sé que me conocen y que reproducen con entusiasmo mis versos. Mantengo, además, numerosas relaciones con los intelectuales de esos países. En lo demás, ya veremos, ya veremos, pues todavía…

(Por mi mente pasan el dolor y el genio incomprendido, por su siglo, de Verlaine, de Poe, de Baudelaire).

- ¿Y en Trujillo? -me pregunta Eguren con vivo interés.

Yo ante esta pregunta me turbo; y sin hallar cómo salir del paso, me revuelvo y cambio de actitud en el diván, hasta que, al fin, como alentado súbitamente por un recuerdo, le respondo:

- En Trujillo…

Eguren me interrumpe, y me habla de los escritores de allá, amigos míos, para quienes dedica frases de entusiasta elogio.

- Además -redondea sus palabras con fina galantería- Trujillo es una ciudad simpática para mí, y creo que posee bastante cultura. Yo le doy las gracias.

Al despedirme, el día había volado.

De regreso, miro Barranco, con sus calles rectas pobladas de alamedas; con sus helechos arborescentes y sus pinos. Los chalets, de los más variados estilos, muestran jardines de pulcra elegancia y los vestíbulos abiertos a las brisas vespertinas; las lujosas residencias del confort burgués.

La hora virgiliana, turquesa y verde enérgico. Y el mar de rica plata.

César Vallejo La Semana, Trujillo, N° 2 30 de marzo de 1918

(Fina cortesía del poeta Ángel Gavidia).

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Vinicius de Moraes: Poema del amigo

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Se necesita un amigo.

No es necesario que sea hombre,
basta que sea humano,
basta que tenga sentimientos,
basta que tenga corazón.

Se necesita que sepa hablar y callar,
sobre todo que sepa escuchar.

Tiene que gustar de la poesía,
de la madrugada, de los pájaros, del Sol,
de la Luna, del canto, de los vientos
y de las canciones de la brisa.

Debe tener amor, un gran amor por alguien,
o sentir entonces, la falta de no tener ese amor.

Debe amar al prójimo y respetar el dolor que
los peregrinos llevan consigo.

Debe guardar el secreto sin sacrificio.

Debe hablar siempre de frente y
no traicionar con mentiras o deslealtades.

No debe tener miedo de enfrentar nuestra mirada.

No es necesario que sea de primera mano,
ni es imprescindible que sea de segunda mano.

Puede haber sido engañado,
pues todos los amigos son engañados.

No es necesario que sea puro,
ni que sea totalmente impuro,
pero no debe ser vulgar.

Debe tener un ideal, y miedo de perderlo,
y en caso de no ser así,
debe sentir el gran vacío que esto deja.

Tiene que tener resonancias humanas,
su principal objetivo debe ser el del amigo.

Debe sentir pena por las personas tristes
y comprender el inmenso vacío de los solitarios.

Se busca un amigo para gustar
de los mismos gustos,
que se conmueva cuando es tratado de amigo.

Que sepa conversar de cosas simples,
de lloviznas y de grandes lluvias y
de los recuerdos de la infancia.

Se precisa un amigo para no enloquecer,
para contar lo que se vio de bello y
de triste durante el día, de los anhelos
y de las realizaciones, de los sueños y de la realidad.

Debe gustar de las calles desiertas,
de los charcos de agua y los caminos mojados,
del borde de la calle, del bosque después de la lluvia,
de acostarse en el pasto.

Se precisa un amigo que diga que vale la pena vivir,
no porque la vida es bella, sino porque estamos juntos.

Se necesita un amigo para dejar de llorar.

Para no vivir de cara al pasado,
en busca de memorias perdidas.

Que nos palmee los hombros,
sonriendo o llorando,
pero que nos llame amigo,
para tener la conciencia de que aún estamos vivos.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Julio Carmona: Confesiones de Tamara Fiol, ¿un novelón indigesto? (Segunda Parte)

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PROHIBIDO IR A LA IZQUIERDA



(SEGUNDA PARTE)

En la primera parte de este artículo tratamos el tema de las expresiones racistas que saturan la novela, muchas de ellas asumidas o consentidas por la protagonista Tamara Fiol. Y conste que TF no es blanca. Es descendiente de italiano y de negra, ella dice: “Pero ni hablar, mi abuela, Belén Goyeneche, con su lejana gota de sangre negra, era una verdadera belleza” (p. 288). Pero ¿por qué no fue, por lo menos la abuela, simplemente negra, y TF también sólo serrana y no descendiente de italiano, si la mayor parte de las senderistas de base lo era, a mucho orgullo? Pero no, el narrador –elegido por el autor– elige –a su vez– como personaje principal de su preocupación documental a esta supuesta luchadora social de una trayectoria muy sinuosa y –como la de él mismo– nada edificante, aunque, al parecer, con cierto carisma para su entorno. Veamos una auto semblanza de TF:

“Y mientras Pepito Corso cortaba la carne y me daba de comer en la boca, toda sonrisas, yo me dedicaba a observar a cada uno de mis amigos. ¿Con cuántos de ellos me había acostado? O mejor. ¿Con cuántos no me había acostado?” (p. 144).

Con ese auto-reconocimiento de su promiscuidad, difícilmente se puede admitir que sea válido considerarla como una “mujer de moral superior”, y cuya dipsomanía pone en entredicho la condición de luchadora que le atribuye el narrador, pues del texto mismo se desprende que más tiempo le dedica a la bohemia que al estudio o a la lucha, no digamos social sino ni siquiera estudiantil. Y esto es ratificado por ella misma; dice:

“En los dos últimos años” (previos a conocer a Raúl Arancibia) “me había acostumbrado a ver el turbio amanecer limeño desde la terraza del Zela o de cualquier otra cantina” (p. 287).

Esta declaración también desmiente lo aseverado por el narrador: que sucumbió “al poder erótico de un sujeto repulsivo como fue Raúl Arancibia”, porque la promiscuidad y la dipsomanía las practicaba antes de relacionarse con él. Dice TF:

“Una parte de mis amigos (la mayoría)” [craso error: tanto ‘una parte’ como ‘la mayoría’, por partida doble, son expresiones de número singular, pero el verbo va en plural] “eran de letras, humanidades y artes y la otra parte eran mis compañeros” [también aquí hay una mala construcción] “de lucha (¿) en la Federación y la Juventud, con quienes evité tener relaciones eróticas (por supuesto, alguna vez lo hice, debo confesar, con un irresistible impulso transgresor, como un acto profanador a las supuestas virtudes proletarias).” (¿) “En mis noches de vagabunda bohemia me pasaba a la cama del buen amigo que me había dado posada, no porque sintiese que se lo debía (por lo menos no sólo por eso), sino porque en esas altas madrugadas sentía la necesidad de protección y calor humano…” (p. 144).

Y aquí hay otra atingencia que hacer, pues esa expectativa de ver a “la imagen romántica de la mujer senderista” (anunciada con antelación por el mismo autor) deviene frustración, porque la protagonista, finalmente, se sabrá que no pertenece a Sendero Luminoso ni se demuestra que sea una luchadora política cabal. Pero se tiene que convenir que MG sí ha edificado con TF el “personaje femenino romántico” que vislumbró al idear la novela de Qymper (novela ésta que, se supone, sigue en preparación, con un protagonista también de apellido extranjero: ¿por qué no fue Quispe?). Y decimos que TF sí resulta ser un personaje romántico, pero dotado de un romanticismo baudelairiano, es decir, libertino, y ni siquiera liberal a lo Rimbaud, o, del tipo byroniano, heroico ni, por supuesto, revolucionario a lo Aurora Dupin, quien es citada por Marx con esta frase deslumbrante con que culmina su Miseria de la filosofía: “El combate o la muerte: la lucha sanguinaria o la nada. Así es como se halla expuesta invenciblemente la cuestión.” (George Sand). (1)

La saturación de la novela con expresiones racistas, aunque responda a la buena intención del novelista de ser fiel a la realidad (o porque ha tratado de contradecir “ese racismo hipócrita tan propio del Perú”, p. 318, y ha preferido describir un racismo desembozado), no deja de atosigar, aun cuando sean expresadas por personajes de mentalidad obtusa en algunos casos o en el lamentable de la protagonista, por ello consideramos que resulta ser un lastre que se va sumando a los ingredientes de lo indigesto; pero ello –como ya hemos dicho– pudo ser sopesado con la inclusión de otro u otros personajes que esgrimieran una concepción contraria; y al no ocurrir esto, ese aspecto de utilización excesiva de términos racistas hace que la novela se incline muy riesgosamente hacia una connotación naturalista. Veamos algunas muestras de ese racismo.

Raúl Arancibia, el personaje oscuro, traidor y reaccionario, se regodea recordando que su padre y su abuelo sentenciaban “que las dos cosas peores en el Perú era ser pobre de remate y llevar en la sangre la mancha indígena” (p. 162. Cursiva nuestra), y que aun el padre le dijera: “(a las cholas y a las negras úsalas para tu solaz, que para eso son riquísimas),” (p. 163). Inclusive llega a incluir en ese muestrario de “choleadas” a César Vallejo, destacando sólo su imagen de bohemio y mencionando un apodo irrelevante. Se dice de él: “¿Cómo se jamoneaba papá Adrián hablando del Cholo Vallejo, de Korroskoso como lo llamaban dentro del grupo. Afirmaba que el Cholo tenía una piel cetrina, oscura y su rostro de piedra parecía haber sido esculpido a punto (sic) de martillazos.” (p. 164). Cabe precisar que de las dos expresiones “Cholo” la primera va en cursiva en el original. Por lo que respecta al “rostro de piedra” no ha debido decirse que “parecía haber sido esculpido a punto” sino ‘a punta’ “de martillazos”, como sí lo escribe, correctamente, en la p. 170: “faltaban algunos años para que Ramón Mercader, por orden de Stalin, asesinara a punta de hachazos a Trostky (sic).”

Y he aquí que se da una ‘situación política límite’ que también consideramos minimiza ‘el desarrollo de la novela, como reflexión histórica’. Es decir, esa aseveración de que fue Stalin quien dio la orden de matar a Trotski es algo que la historia no ha comprobado, y que sólo los trotskistas y el imperialismo se encargan de promocionar hasta el cansancio. Y en CTF la satanización de Stalin es profusa, sin que exista ese contrapeso alertado. Sólo en una oportunidad, Raúl Arancibia, afirma haber sido él quien se atrevió a contradecir los ataques a Stalin y dice que eso le costó “su expulsión de las filas del trotskismo."

"Sin duda –comentó él– el pacto nazi-soviético fue una movida arriesgadísima, antinatural, maquiavélica, cínica, sangrienta, genocida, y todo lo que ustedes quieran, de Stalin, pero ¿no creían que con ello desbarató los planes de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, que querían empujar a Hitler contra la Unión Soviética, cuando ésta todavía estaba desarmada? En cambio con el Pacto, Stalin ganó tiempo, un tiempo precioso, de vida o muerte, mientras desarrollaba su industria pesada de guerra, con cuyos tanques y artillería recién salidos de las fábricas, el Ejército rojo en Stalingrado hizo morder el polvo de la derrota al ejército hitlerista y salvó a Occidente y a la humanidad entera de la barbarie nazi. Hubo un silencio prolongado, denso, espeso, que Arancibia dijo que casi se podía cortar con un cuchillo. ‘¡Así que teníamos entre nosotros a un agente del estalinismo!’, rompió el silencio Martorell, un catalán exaltado, al que siguió Ludovico Ñaupari: ‘¡Estalinista miserable! ¡Te voy a estrangular!’.” (p. 296).

Obsérvese que la intervención de Arancibia, “favorable a Stalin”, se da en un caso de política internacional, con una previa y adversa adjetivación que casi minimiza el encomio; pero no se dice nada respecto de las densas y exageradas menciones negativas y criminalización de sus actos y/o decisiones internos. Y esta es una situación que se da en una novela cuyo contexto tiene como principal protagonista (aunque en ausencia) a Sendero Luminoso que contaba entre sus paradigmas ideológicos, precisamente, a Stalin. Y esto último no se deja entrever en ningún momento. Y, más bien, la figura de Trotski, también profusamente señalada, resulta puesta de relieve, incluso desde la perspectiva estética de sus escritos. Veamos:

“Al día siguiente [de la expulsión de Arancibia], compró de segunda mano Cuestiones del leninismo [de Stalin], de la Editorial Claridad. Leyó al azar una página y se dijo que Israel Riofrío tenía razón cuando afirmaba que quien hubiese conocido la prosa brillante de Trotski no podía soportar el estilo clerical, de catecismo, de Stalin. Y era verdad, corazón [interviene TF dirigiéndose a Morgan], le pareció un libro elemental, escolástico, indigno de una inteligencia cultivada, pero que tenía la virtud de la sencillez, de llegar a las masas, señalándoles de manera indudable el camino que tenían que seguir.” (Ibíd.)

Y la intervención de TF es desconcertante porque, en principio, da la impresión de que su expresión “era verdad, corazón”, tiene que ver con la situación de Arancibia, pero lo que se saca en claro es que está coincidiendo con lo por él aseverado acerca del libro de Stalin: “elemental, escolástico, indigno de una inteligencia cultivada”. Sin percatarse que Trostski con esa supuesta “bondad estética” nunca logró hacer lo que Stalin: ser junto a Lenin en la revolución rusa, lo que Marx y Engels son para el comunismo internacional: dos pensamientos complementarios.

Y lo sorprendente es que de esa confrontación de dos estilos contrapuestos (el estético y el pragmático) el primero resulta favorecido en la valoración, coincidiendo con el mismo criterio que MG deja traslucir en sus últimos ensayos. Inclusive esa admisión de los “crímenes de Stalin” es asumida –sin restricciones– por MG en El pacto con el diablo, ahí dice: “… se publicaron algunos libros memorables como La derrota de Fadeiev (que escribió antes de convertirse en burócrata, lo cual lo llevó al suicidio después de la muerte de Stalin) y sobre todo Caballería roja, de Isaac Bábel (años después sería asesinado en una de las purgas estalinistas)…” (pp. 363-364).

Y, por otro lado, esa acusada inclinación esteticista con desmedro de la tendencia opuesta, realista, se pone de manifiesto en la misma CTF. Mientras en las pp. 379 y 380 se destacan los valores artísticos de un libro de Varga llosa, el narrador dice:

“De Vargas Llosa me recomendaron leer Historia de Mayta. Es un libro que detesta Muriel (como lo detesta, según he sabido, toda la izquierda peruana), pues según ella, a través de Mayta, el protagonista del libro (presentado como un homosexual irredento), se difama y degrada a los combatientes sociales y revolucionarios del Perú. A mí me pareció una novela eficaz por su composición y Mayta, más allá de su condición de militante trotskista, es un personaje literario logrado que me inspiró no exactamente simpatía pero sí piedad humana”,

en la p. 407 refiriéndose a la presentación de un libro de poesía social se relata la siguiente situación: dice el personaje Arancibia que en el Palermo (legendario bar de la Colmena) se presentaba un libro de poesía social. “Poesía de combate, de emergencia. Recordé esos versos del bueno de Juan Gonzalo: ‘Al paredón, al paredón / mi propio corazón si se pasa al enemigo’.” Pero en seguida viene el contraste. Dice: “Luego de presentado el engendro”, es decir, el libro de poesía social (tipo la de Juan Gonzalo Rose) era “un engendro”, y bien se sabe que esta expresión es peyorativa, es decir, alude a una obra intelectual o artística mal concebida. (Cursivas nuestras).

No ha de perderse de vista, por otro lado, que Juan Gonzalo Rose, junto con Gustavo Valcárcel, Manuel Scorza y otros, fue también integrante del grupo de poetas llamado “Poetas del Pueblo”. Y así como hemos visto arriba que se ha lanzado esa pulla contra la poesía social, también estos poetas son tratados con una ironía insultante, que se va preparando con el siguiente dato: “… el hermano Matías había sacado sus castañuelas y comenzó a cantar el himno Cara al Sol en reconocimiento del salvador de la España eterna, generalísimo Francisco Franco.” (p. 266), y ahí mismo dirá: “… toda la atención de Raúl Arancibia había estado puesta en el manejo de las castañuelas que acompañaban las inflexiones de voz y los sinuosos gestos del hermano Matías.” Evidentemente, es caricaturesco ver a alguien cantando un himno acompañándose de castañuelas. Pero, todavía en la p. 268, cuando se acabó la euforia fascista, se dice que: “Desde entonces, había recordado Arancibia, en el colegio se dejaron de hacer misas en honor del generalísimo Franco y desapareció el retrato de Mussolini que el padre Guido tenía en la dirección, ah, y había recordado con nostalgia el niño que todavía habitaba en Arancibia, pero ningún hermano sustituyó al hermano Matías y sus castañuelas.” Y es aquí que, ya preparado el lector con esta caricatura de las castañuelas y el himno fascista, se suelta la siguiente escena:

“Había recordado que una vez llegaron a Piura los llamados ‘poetas del pueblo’ y dieron un recital en el teatro municipal. Escuchándolos, Raúl Arancibia se había acordado de las castañuelas del hermano Matías, pero el cascabeleo había dejado de fastidiarle el oído cuando uno de los poetas de nombre Enrique (sic) Garrido Malaver leyó un poema que se llama ‘La piedra absoluta’, que no lo había aburrido ni dejado indiferente.” (p. 270).

Es decir, hay una ostensible sátira en contra de la poesía social. Mientras que el poema a que alude favorablemente de Julio Garrido Malaver está inserto dentro de lo que se conoce como poesía pura. Y esta sátira fuera intrascendente, pues se debe achacar a los gustos aburguesados del personaje; pero lo preocupante es que resulta coincidente con otras apreciaciones de MG en, por ejemplo, El pacto con el diablo, en donde resalta los valores formales de Mario Vargas Llosa, disculpando incluso sus ideas retrógradas; dice ahí: “En cuanto a mí, creo que Vargas Llosa es un gran novelista y un ensayista notable, irritante muchas veces por las ideas que defiende, pero siempre deleitable por su escritura.” (p. 15).

Son apreciaciones esteticistas o favorables a los “buenos escritores del campo enemigo”, mientras que a los escritores del campo popular no les perdona no sólo lo que para él son limitaciones formales, sino tampoco las ideas que defienden, y dice que: “… en su conjunto, la poesía social de Romualdo, como la del primer Rose, la de Scorza, la de Valcárcel, sin contar la de los epígonos, resulta (…) insuficiente, limitada, no en su plasmación (acaso algo elemental) sino en su misma concepción poética (…) En cualquier forma se trata de una poesía poco dialéctica, demasiado pasional y tal vez candorosa…” (La generación del 50, p. 98), y llega a justificar esta apreciación indicando que “… pasar por alto tales deficiencias revelaría una actitud patriarcal, de condescendencia, no de relaciones de igualdad.” (Ibíd., p. 99). Y no. La actitud patriarcal no se elimina tratándolos a todos como iguales, conciliando a los contrarios, sino actuando dialécticamente, vale decir: marcando sus diferencias a nivel de concepción del mundo y de ubicación en el mundo, juzgándolos en su época, que es conocer su circunstancia y reconocer su militancia política y poética.

Pero volviendo a la novela, en la p. 11, el narrador menciona, por primera vez, el reportaje a “Las mujeres de Sendero”, reportaje que sirve para hacer que intervengan dichas mujeres, mas no en el momento mismo de la entrevista, sino en el recuerdo de la misma, y menos en su accionar político. El reportaje actuante es el segundo, que lleva a cabo con Tamara Fiol. En la p. 13 vuelve a mencionar el tema del reportaje a las mujeres de Sendero. Y lo mismo ocurre en las pp. 16 y 17, y en esta última dice: “Le confesé a Tamara que, sin embargo, en lo más íntimo, me sentía insatisfecho. Molesto conmigo mismo porque no había podido atravesar el blindaje ideológico de esas mujeres austeras y temibles.” Si esa descripción de las mujeres de SL se ajusta a la realidad, y es algo que en reiteradas oportunidades lo dice el narrador y otros personajes, entonces ¿por qué él se echa la culpa por no ‘haber podido penetrar en su personalidad política’? Con el carácter, así descrito, de ellas, eso no lo habría logrado nadie.

Pero también en la misma página 17 se descubre la intención del novelista que encaja con su intención primigenia de presentar la “otra cara de la medalla”, de una luchadora social distinta a esa imagen dura o hermética de las mujeres de SL, pues es lo mismo que TF le dice al narrador: “Como estoy segura de que te han contado que he sido, que aún soy una luchadora social, quieres escarbar en mi vida para mostrar que las combatientes somos mujeres de carne y hueso. Que tenemos una vida interior compleja y atormentada. Que amamos y odiamos. Que tenemos pasiones terribles”, es decir, una imagen contraria a la estereotipada y hasta maniquea con que se presenta a las mujeres de SL.

Y, en esa perspectiva, se va insinuando sin que quede claro que TF es una luchadora social excepcional (lo que no llega a demostrarse y sólo queda en la calificación hagiográfica, convirtiéndose, pues, el periodista o reportero de guerra en un hagiógrafo, es decir, un biógrafo que resalta en exceso las cualidades y virtudes del biografiado) y, más aún, que pudiera haber tenido una relación –no hecha explícita en la novela– con SL, lo que se llega a convertir en una especie de misterio, que no llega a convencer por la vida –como ya lo destacamos– absolutamente disipada de TF, de quien, desde los veintinueve años que queda inválida, no se llega a mostrar ninguna acción efectivamente resaltante para considerarla una luchadora excepcional, y de los años anteriores al accidente, la mayoría de ellos los pasa de manera disipada y los pocos que pudieran ser considerados como de activista, tampoco se refieren a acciones relevantes en ese sentido, salvo las comunes a muchas activistas universitarias que, como se decía en aquella época, cumplían con su “servicio revolucionario obligatorio”, que no iba más allá de los mítines callejeros o las luchas con los apristas en los conatos de elecciones estudiantiles, acciones en las que muy esporádicamente ocurrían muertes (en una de las cuales a TF se la hace participar como instigadora, y a Quimper como un timorato y desconcertado ejecutor).

Inclusive, esa supuesta imagen de luchadora social es desmentida por la misma TF, quien en reiteradas oportunidades dice, como en la p. 17: “… te equivocas, varón. Has escogido mal. Salvo por el accidente que sufrí y por las operaciones y las terapias de rehabilitación a que me sometí para ponerme de nuevo en pie, nada de verdad importante me ha ocurrido. Entiéndelo, lindo. Un accidente le ocurre a cualquiera.”

Pero el narrador se empeña en demostrar lo contrario, tratando –al parecer– de presentar la imagen contraria del personaje creado por Mario Vargas Llosa: la “niña mala”, de su novela Travesuras de la niña mala (2), a quien se opone –a manera de contrapunto– un “niño bueno”. Es decir, tal parece que MG ha querido contraponer a la imagen de una “niña buena” (TF) la de un “niño malo” que vendría a ser Raúl Arancibia, llegando a llamarlo con expresión similar: “Soy el hombre malo que arruinó tu vida” (p. 361). Y en algún momento TF rememora que alguien la llamaba “niña” (p. 106. Cursiva en el original). Es más: esta última apreciación se puede ratificar comparando el final de ambas novelas, que casi es el mismo: TF, la “niña buena” se va a vivir en su casita que le ha dejado –como herencia– el “niño malo”. Del mismo modo que en la novela de Vargas Llosa, la “niña mala”, prácticamente –próxima a morir–, también le está dejando una casita al “niño bueno”.

Si lo señalado se enlaza con el trato condescendiente que MG le da en esta novela a Historia de Mayta (aparte de otros panegíricos a su autor en sus ensayos), se puede colegir que lo que está buscando es establecer una “amistad difícil” con Vargas Llosa, similar a la que éste tiene con el estado de Israel. Tal es el título de un artículo suyo, “Israel: La amistad difícil”, donde dice que la sionista “es solo una de las caras de Israel. Hay otra, admirable y ejemplar, desdibujada por la primera, pero más permanente y representativa, la de un país democrático (…)”. (3)

Y parece, pues, que MG se ha visto tentado de establecer con MV esa “amistad difícil”, haciendo que sus desatinos ideológicos sean minimizados por sus bondades artísticas, y es a partir de esta conversión hedonista de MG (“mi objetivo más anhelado es que los lectores descubran que, en forma conjunta con el maravilloso placer que nos brinda, la lectura de un libro o una novela puede convertirse en una experiencia fundamental en nuestra vida hasta el punto de transformarla.” p. 13), y luego de gozar con la lectura de MV, es que ha tenido una ‘experiencia fundamental en su vida hasta el punto de transformarla’.


1 Esta es, ciertamente, una frase premonitoria, perfectamente ejemplificable con el triunfo reciente del pueblo iraquí, porque el fin de la guerra o “retiro” de las tropas yanquis se debe a la resistencia del pueblo y no a la buena voluntad del agente de la CIA Barak Obama (http://www.papelesparalahistoria.blogspot.com)/.

2 Obsérvese que en ambos títulos, Travesuras de la niña mala y Confesiones de Tamara Fiol, se han suprimido el artículo “Las”.

3 Vargas Llosa, “Israel: La amistad difícil”, El Comercio, Lima, 13 de Junio de 2010. Esa actitud conciliadora se semeja mucho a la tesis “antiimperialista” de Haya de la Torre: admitir el lado bueno y rechazar el lado malo del imperialismo.

FIN.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Julio Carmona: Confesiones de Tamara Fiol, ¿un novelón indigesto?

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
http://www.mesterdeobreria.blogspot.com/

(PRIMERA PARTE)


Introducción

Miguel Gutiérrez escribió en su libro de ensayos La invención novelesca lo siguiente: “En general, los amigos –me refiero a los amigos del gremio– no se sienten felices cuando tú publicas. Cuando publiqué Hombres de caminos me sentí como ante un Tribunal. Con el dedo acusador uno de los amigos me dijo: ‘¡Has imitado a Faulkner!’. Otro: ‘Lástima. El tema del bandolerismo daba para una novela mayor’. Un tercero: ‘¡Qué descuidado eres con el lenguaje, Miguel!’.” (p. 159).

Y nos atrevemos a decir que a Miguel Gutiérrez las opiniones de sus amigos ‘le llegan (para usar un eufemismo) a la punta del pájaro’, pues quien lo entrevista –ficticiamente– pregunta:

“–Y tú, ¿cómo te sentiste?
–¿Quieres que te sea franco?
–Sabes que puedes confiar en mí.
–Sentí una erección formidable.” (Ibíd.)

Pero, después de leída la novela que aquí nos ocupa, Confesiones de Tamara Fiol (CTF) (1), creemos que Miguel Gutiérrez (MG, en adelante) debería deponer ese prejuicio que tiene respecto de “los amigos del gremio”, cuyas opiniones no necesariamente han de responder a oscuros resquemores o aviesas envidias, porque hasta dos de esas ‘opiniones de sus amigos’ a las que alude le son aplicables a CTF: ‘el descuido del lenguaje’ y ‘las limitaciones de la novela’.

Por lo que respecta al ‘descuido del lenguaje’, aquí sólo expondremos algunos ejemplos, como muestrario de evidentes errores, que difícilmente pueden anularse con el expediente de la “erección formidable”, ni con echarle la culpa al encargado de la corrección (Jorge Coaguila, quien figura como tal en los créditos editoriales, pues él –en todo caso– es corrector y no productor de errores). Pero, sin exagerar, se puede decir que son raras las páginas en las que no haya algún error (los márgenes del ejemplar que he manejado están saturados de notas y observaciones que ameritarían un artículo especial para explicarlas).

Y sobre ‘las limitaciones de la novela’, MG debería reconocer que es derecho de cualquier lector crítico opinar que ‘pudo dar para una novela mayor’. Pero si, ante este tipo de opiniones el autor se la va a pasar despotricando en ensayos posteriores, lo que se ha de entender de ello es que hay una cierta intolerancia a la crítica adversa y que, en todo caso, se quiere sólo una crítica complaciente, o que se está ninguneando a los opinantes o, por último, que todo ello responde a una piconada monda y lironda. Y de esa manera MG no hace sino contradecir lo que él mismo hizo respecto de Mario Vargas Llosa, cuando censuró el fin que da a uno de los personajes (Galileo Gall) de La guerra del fin del mundo, y dijo: “Con eso, me parece a mí, Vargas Llosa cerró la posibilidad de un desarrollo mayor de esa novela, como reflexión histórica” (2), o sea que sí se puede decir de una novela que “pudo dar para mayor” (aunque el autor considere que a él no le dio la gana de hacerlo así).

Y el hecho de que nosotros aquí creamos que el tema de CTF ‘daba para más’ explica el título de este comentario: “Confesiones de Tamara Fiol, ¿un novelón indigesto?” Aunque –es necesario aclararlo– la frase del interrogante la hemos tomado de la propia novela; en la p. 209, el narrador es recriminado por un interlocutor, de la siguiente manera: “Vamos, Morgan, déjate de cabronadas novelísticas. Lo tuyo es la crónica periodística. Convéncete. Y por lo que me cuentas de esa mina vas a terminar escribiendo un novelón indigesto.” (Cursiva nuestra).

Como se sabe, el novelista tiene libertades y licencias que le permiten transgredir el orden –y hasta la lógica– de la realidad. (3) Aunque esa libertad –también es preciso puntualizarlo–, como toda libertad, tiene sus límites, pues de lo contrario el escritor se convertiría en un iconoclasta antojadizo o un autócrata irredento. Y de ninguna manera creemos que sea ése el caso de nuestro gran amigo, y mejor novelista, Miguel Gutiérrez.

Obviamente, la condición amical que nos une a Miguel no nos inhibe sino, por el contrario, nos obliga a decir nuestra opinión de modestos lectores; modestia que –creemos– no ha de constituir un demérito de las observaciones que, desde una posición ideológica definida, nos sentimos llamados a hacer a cualquier obra frente a la cual tengamos algo qué decir. Porque nosotros creemos que no sólo los “críticos profesionales” tienen derecho a opinar; esto es algo inherente a todo lector. Opiniones que, por más limitadas o elementales o sesgadas que parezcan, son atendibles, si es que –como es nuestro caso– no buscan enervar la calidad narrativa del autor.

Desarrollo de las Confesiones

Y es pertinente señalar desde el principio que CTF viene a ratificar las virtudes narrativas de su autor, su dominio de la estructura novelística en sí, su capacidad de construir personajes humanos, no maniqueos, su habilidad para dosificar el suspenso y esconder los datos que, finalmente, iluminarán la sorpresa que el lector descubre como eficiente para la conclusión del relato, etc. Todo ello es insuperable en el trabajo artístico de MG. Pero esto, también hay que decirlo, gravita en el aspecto formal de la obra. Y bien se sabe que la obra no es sólo su aparato formal. También es portadora de un contenido, de una historia reflejada por los personajes que, quiérase o no, asimismo reflejan una determinada ideología, de la cual el autor –por más objetivo que se proponga ser– es, sin duda, responsable.

Y esa responsabilidad es relevada –como decisiva para el logro definitivo de la novela– por el mismo MG como teórico de la novela, en ensayos y entrevistas y hasta en artículos literarios. Por ejemplo, él dice que, a través de sus personajes, trata de “explorar el impacto de la historia, sobre todo cuando la historia está ligada a grandes acontecimientos, en la formación y transformación de una determinada conciencia” (“La novela del agravio”, Ibíd.) Y CTF trata de un acontecimiento trascendental: la guerra interna en el Perú de los ochenta. Un acontecimiento que, antes de ser tratado artísticamente de manera directa por MG –como en este caso de CTF– ya había sido abordado por él en su papel de crítico o estudioso literario (4), además de los trabajos artísticos precursores del tema que son sus dos importantes novelas: Hombres de caminos y La violencia del tiempo –como él mismo lo reconoce (5)–, novelas en las que apuesta por un nivel artístico que vaya “más allá de la visión que la novela proponga sobre este suceso histórico que ensangrentó el país y estremeció la conciencia de los peruanos” (Quehacer N° 132, p. 37), es decir, que la bondad artística no debe verse menoscabada por la propuesta ideológica que subyace en la novela, pero que tampoco ésta se vea clausurada por aquélla.

La novela de que aquí nos ocupamos había sido anunciada en varias ocasiones por su autor. Sin temor a equivocarnos, creemos que ya en el texto antes aludido “Épica y terror: un argumento de novela” (Quehacer N° 132-2001) se la insinuó. Dice ahí MG: “… otra idea más desatinada empezó a cautivarme: SL, acusado de impulsar una línea demasiado dura, necesita contar con una imagen femenina que sea como el rostro romántico de la organización senderista” (p. 47). Debo confesar que yo esperaba con gran expectativa la aparición de CTF, porque quería ver corroborada mi sospecha de que Tamara Fiol era la imagen femenina que constituiría ese rostro romántico, y, asimismo, ver si se lograba plasmar el principio, antes enunciado, del valor artístico dando forma a la propuesta ideológica o, para decirlo con palabras del mismo MG: ‘un suficiente nivel artístico (…) que tenga como trasfondo el clima creado por la guerra senderista’ (Quehacer, Ibíd., p. 37).

Desactivando el epígrafe

Vayamos por partes. Después de la dedicatoria de CTF se pasa a la página del epígrafe que vemos como un anuncio de “campo minado”, y nos vemos obligados a desactivar esa mina que es el epígrafe aludido:

"Digamos que ganaste la carrera
y que el premio
era otra carrera
que no bebiste el vino de la victoria
sino tu propia sal
que jamás escuchaste vítores
sino ladridos de perros
y que tu sombra
tu propia sombra
fue tu única
y desleal competidora".

Blanca Varela

Digamos, en principio, que el epígrafe es elección del autor (no del narrador, en tanto éste es otro personaje –también inventado por el autor– para que narre la historia de la novela). Y si, como en este caso, en ese epígrafe se reflejan aspectos relacionados con una determinada concepción del mundo, es obvio que es el autor quien los está proponiendo como atendibles, sin que de esto se pase a identificar las ideologías del autor del epígrafe y del autor de la novela.

Salvo declaración expresa en contrario, se hace una cita (se elige un epígrafe) porque se acepta su pertinencia. En el caso de CTF, la autora del epígrafe es la poeta Blanca Varela, quien siempre ha estado adscrita al canon de la poesía pura. Esto lo confirma el mismo MG cuando dice: “Blanca Varela, que luego de su vinculación con el grupo que se reúne en torno a ‘Las moradas’, vive la experiencia cosmopolita de París con Julio Cortázar y Octavio Paz y los existencialistas franceses, confiesa tener entre sus poetas preferidos a T.S. Eliot.” (La generación del cincuenta, p. 67).

Esa experiencia cosmopolita, existencialista, purista, apuesta por una visión pesimista, desencantada, escéptica, de la realidad; es más, para esa concepción el optimismo es una actitud digna de desconfianza. Y, leído el epígrafe, no se puede menos que percibir esas notas características del escepticismo, el pesimismo y el desencanto, en una palabra: el abismo (el callejón sin salida, el túnel hermético).

Todo ello saturado incluso con cierto humor corrosivo: “Digamos que ganaste la carrera / y que el premio / era otra carrera” (…) “que tu sombra / tu propia sombra / fue tu única / y desleal competidora”. Pero es una ironía que no redime del fracaso, porque si bien es cierto la lucha por algo (como todo en la vida) siempre tiene un lado positivo, aunque sea el hecho mismo de haber intentado cruzar el río, que –en sí– constituye alcanzar una meta: el haber vencido el propio miedo; sin embargo, no significa haber logrado la victoria; en tanto el objetivo final no se alcanzó. Entonces, el resultado no es una ‘victoria dulce’ sino ‘amarga’, y es así que la voz lírica, en segunda persona, dice: “que no bebiste el vino de la victoria / sino tu propia sal / que jamás escuchaste vítores / sino ladridos de perros”.

De lo dicho se colige que MG está admitiendo como válida esa manera de ver el mundo. Y, en la medida que CTF es la ficción que –en un artículo– MG se planteaba realizar, decía: "una ficción que no sea ni apología ni condena ni gratuito entretenimiento, sino una exploración honrada sobre un proceso tan complejo e intimidante, que dista de haberse cerrado, como nos los (sic) recordaron cruelmente las pavorosas imágenes de los atentados de Nueva York y Washington” (Quehacer N° 132, p. 40), se debe reconocer que, en efecto, MG acertó al elegir el epígrafe. Es decir, es aplicable a la acción armada de Sendero Luminoso.

Pero –cuidado– obsérvese que no lo está haciendo desde la perspectiva de la revolución, sino desde su propia decepción de ella. Y, en tal sentido, cabe preguntar: ¿MG está proponiendo que cualquier intento similar, que asuma la lucha armada como táctica para conquistar el poder por parte de las clases explotadas, siempre conducirá al fracaso? ¿Estamos condenados a asumir esa visión del pesimismo pequeñoburgués, que muy bien sintetizó Julio Ramón Ribeyro en la siguiente expresión: La tentación del fracaso?

Pero ¿es CTF una “exploración honrada” del conflicto?

Aunque esta debiera ser una conclusión a dilucidar al final, podemos empezar por ella, pues es el resultado que confirma o justifica el título de este trabajo. Y la respuesta la da el mismo narrador, Morgan Escott Batres (un periodista extranjero, corresponsal de guerra), quien dice lo siguiente: “… aunque mi trabajo resultara un golpe a mi economía, yo no pararía hasta terminar esta historia que, a medida que he ido investigando y recogiendo testimonios más que de la guerra, trata de la pasión amorosa de una luchadora y mujer de moral superior que sucumbe al poder erótico de un sujeto repulsivo como fue Raúl Arancibia.” (p. 221).

Y es así, en efecto: la novela CTF desmiente aquel anuncio del autor de que se proponía escribir una historia ‘que tenga como trasfondo el clima creado por la guerra senderista’, pues ésta –la guerra senderista– no aparece por ningún lado, y ni siquiera trata de una mujer senderista, sino de una mujer cuya condición de luchadora (resaltada por el narrador) no se llega a mostrar ni a demostrar, y cuya “moral superior” igualmente no se muestra ni se demuestra (sino todo lo contrario). Además, del texto mismo se desprende que Morgan no viene a documentar la guerra subversiva, sino a realizar dos reportajes, uno a las “Mujeres de Sendero” (que no es lo mismo que aquella, máxime si a quienes entrevista es a las senderistas prisioneras, y no a las militantes en actividad) y el otro reportaje o entrevista es a Tamara Fiol. Y se nota que estos dos asuntos lo apasionan más que la situación explosiva que se está desarrollando frente a sus ojos y sus oídos; un reportero de guerra muy sui generis que, por lo demás, no proyecta una figura edificante pues se solaza en sus aficiones de marihuanero (6), fumador empedernido, gran bebedor de cerveza y más preocupado por hacer el amor con una colega periodista, Muriel Tipiani, a la que igualmente cholea: “Muriel es una chica atractiva y recia (del tipo que he oído que aquí llaman cholo), de pechos breves y de curvas espectaculares.” (p. 56).

Este narrador, pues, no se iba a medir en repetir sin mesura todas las expresiones racistas que embadurnan la novela. Y de este exceso no puede exonerarse al autor, porque él ha podido poner una figura de contrapeso que hubiera exaltado los valores y perfiles positivos de las razas vilipendiadas: cholos, indígenas, serranos, negros, zambos, que son la inmensa mayoría de la población peruana, que ni siquiera figuran como masa o conglomerado anónimo, a manera de telón de fondo, porque sus presencias son esporádicas y de nominación puntual o particular.

Y, contrariamente a lo esperado, hay explícito un cierto pesar por la penuria de los “señores blancos” de Ayacucho, como cuando TF cuenta de un personaje que compró una casona a uno de esos señores y manifestó haberse sentido “una especie de estafador que se aprovechaba del hambre que venían padeciendo estos señores desde hacía muchísimos años, pues los únicos capitales que tenían eran sus antiguos solares y sus hijas, a quienes casaban con los catedráticos cholos (7) que habían llegado a Huamanga desde la reapertura de la Universidad de San Cristóbal” (p- 28). (8) Y, como juego de espejos, la misma TF sin conocer directamente a Cucho Canessa, lo describe como un “muchacho alto, atlético, blanco, castaño, guapo, buen basquetbolista y destacaba en matemáticas e historia” (p. 272), y cuando se entera de su asesinato siendo ya “Director del Servicio de Inteligencia de la Marina de Guerra, por terroristas presuntamente de Sendero Luminoso” (p. 347), sentirá conmiseración por él pese a que ella sólo lo conoce por las referencias que le da Raúl Arancibia –una especie de rival de Canessa, desde la niñez– en las que es rememorado como “un chico apuesto, lindo carismático, inteligente y solidario con sus compañeros, virtudes de las cuales Raúl Arancibia hacía escarnio” (p. 345). Son todas éstas remembranzas que hace TF, pero ella no manifiesta su rechazo cuando el mismo Arancibia le contaba que, en esa misma infancia, añoraba a un supuesto hermano que había sido robado por los gitanos, y de quien decía que “tenía la piel blanca, el pelo dorado, los ojos azules”, y con quien “trazaban los planes para dirigir la pandilla y hacer la guerra y derrotar y dominar a los cholos y negros del otro lado del río” (p. 158).

1 Miguel Gutiérrez, Confesiones de Tamara Fiol, Lima, Alfaguara: Editorial Santillana, 2009.

2 Abraham Siles Vallejos, “La novela del agravio”, entrevista a M.G., en: Quehacer, N° 77, Lima, mayo-junio, 1992, pp. 106. (Cursiva nuestra).

3 Una ilustración de esa libertad del novelista la da Arturo Pérez Reverte en El club Dumas. Ahí un personaje le dice a otro –haciendo referencia a Dumas–: “Aquel hombre rezumaba amor al pueblo y a la libertad”, y el otro le responde: “Aunque su respeto por el rigor de los hechos fuese relativo.” Y el primero retruca: “Eso es lo de menos. ¿Sabe qué respondía a quienes le acusaban de violar la Historia?... ‘La violo, es cierto. Pero le hago bellas criaturas’.” Arturo Pérez Reverte, El Club Dumas, Madrid, Santillana, 1999, p. 27.

4 Cf. Los andes en la novela peruana actual, Lima, Editorial San Marcos, 1999; El pacto con el diablo, Lima, Editorial San Marcos, 2007; “No pudimos descubrir el resplandor del fuego”, en Quehacer N° 39, Lima, febrero-marzo, 1986; “Épica y terror: un argumento de novela”, en Quehacer N° 132, Lima, septiembre-octubre, 2001.

5 “Tres de mis novelas” (alude a las dos mencionadas y a Babel, el paraíso) “escritas en la década del 80 y principios de los 90 tienen como secreto referente el clima cruento de guerra que vivía el país en esos años.” Quehacer N° 132, p. 38.

6 “La única vez que abordé este tema, a pedido de Muriel –estábamos en un hueco de Barranco, muy marihuaneados, a la luz de lamparines, pues había un apagón general–…” (p. 53).

Continuará.