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viernes, 15 de abril de 2011

Julio Carmona: César ve lejos

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir"
es el lema de http://www.mesterdeobreria.blogspot.com/


La mirada del poeta
avizora el porvenir,
aunque esté lejos la meta,
aunque antes deba morir.
Se suele decir de César Vallejo -y no es erróneo- que es un poeta universal. De la talla de un Goethe, de un Dante, de un Cervantes. Y eso lo corrobora la misma intelectualidad universal. Por ejemplo, tres estudiosos de la literatura (paisanos de los genios nombrados, respectivamente): J.M. Cohen (Poesía de nuestro tiempo), Roberto Paoli (Los mapas anatómicos de César Vallejo) y Luis Monguió (La poesía post-modernista en el Perú), así lo dejan establecido en esas obras encerradas entre paréntesis.

Pero, pese a ese consenso irrefutable, es menester hacer algunas precisiones. Puede suponerse que una visión universalista dará como resultado una pérdida de la particularidad o nacionalidad de esos poetas. Un poco como si dijéramos que la contemplación del bosque nos impedirá distinguir el árbol. Pero -aunque suene a paradoja- hay que señalar que ocurre todo lo contrario: es, precisamente, su particularidad la impulsora de su universalidad. Goethe, Dante y Cervantes son poetas nacionales por antonomasia: de Alemania, Italia y España. Son los intérpretes de sus pueblos.

Lo mismo ocurre con nuestro César. Y fue mérito (es menester destacarlo) de José Carlos Mariátegui el haber sido el primero en precisarlo y reconocerlo así. Con Vallejo -dijo- se inicia un nuevo período en la literatura peruana: el período nacional, Los heraldos negros -afirmaba Mariátegui- podía haber sido su obra única. No por eso Vallejo habría dejado de inaugurar en el proceso de nuestra literatura una nueva época”. Y agregaba: “El gran poeta de Los Heraldos Negros y de Trilce- ese gran poeta que ha pasado ignorado y desconocido por las calles de Lima -tan propicias y rendidas a los laureles de los juglares de feria- se presenta, en su arte, como un precursor del nuevo espíritu, de la nueva conciencia”; porque -para Mariátegui- Vallejo “condensa la actitud espiritual de una raza, de un pueblo”. Pero, al mismo tiempo relevaba su universalidad diciendo que “Vallejo siente todo el dolor humano. Su pena no es personal. Su alma ‘está TRISTE hasta la muerte’ de la tristeza de todos los hombres”.

Todo lo dicho por J.C. Mariátegui y por los intérpretes posteriores a él sobre la poesía de Vallejo, debe ser comprobado en su poesía misma. Y, si somos acuciosos, veremos que la mayor parte de los temas (y la forma de tratarlos) de su poesía tiene un punto de referencia: el Perú. Empero, son temas que no dejan de estar ligados a la humanidad. Esto lo universaliza sin desarraigarlo; aquello lo enraíza sin aprisionarlo. Recordemos en esta ocasión uno solo y quizá uno de los más conocidos de sus poemas: “Piedra negra sobre una piedra blanca”:

Me moriré en París con aguacero
un día del cual tengo ya el recuerdo.
me moriré en París- y no me corro-
talvez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
Todos si que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los hesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…

De inmediato se reconoce en los dos primero cuartetos el ensimismamiento del poeta. El está concentrado en sí mismo, al extremo de darnos una aparente “premonición de su muerte”. Y decimos ‘aparente’ porque racional o ideológicamente es algo que está fuera de su aceptación. En su libro, El Arte y la Revolución, Vallejo dice: “… la anticipación expresa y rotunda de hechos concretos, no pasa de un candoroso expediente de brujería barata y es cosa muy fácil. Basta ser un inconsciente con manía de alucinado. Así hacen las sibilas vulgares. No importa que se realice o no lo que anuncian”.

De tal suerte, pues, que Vallejo no estaba interesado en “predecir su muerte”. Lo que debe entenderse con esa expresión poética es la “sensación” de que así como muere todos los días, así ha de morir cualquier otro día (por eso es que, paradojalmente, ‘tiene el recuerdo’ de algo que “todavía no ha ocurrido”). Y “tal vez” -dice- será “un jueves”, porque –precisamente- es jueves cuando está escribiendo ese poema en un ambiente otoñal (es decir: triste, gris, opaco o sea tonalidades propicias para crear una sensación de deceso, de muerte), y, lo que es más importante, será jueves porque en ese jueves - como nunca- está solo. Y la soledad, como la muerte, es lo más personal del individuo, pero, al mismo tiempo, es lo más común del ser humano: para sentir la sensación de la soledad se tiene que estar solo (es lo particular), y es una sensación que todos la sentimos (es lo universal). Y, asimismo, la sensación de la propia muerte: ese “futuro temor” de que hablaba Rubén Darío. Esa imbricación del uno en el todo será también ‘teorizado’ por Vallejo en su libro Contra el secreto profesional: “Más profundo y poético es decir ‘yo’ -tomado naturalmente como símbolo de ‘todos’.”

El ‘yo’ Vallejiano está -además- en esa ciudad mundana que es París (el “centro del mundo” para la época). Todos los hombres presentes en ese París Universal’, están asimismo concentrados en el ‘yo’ del poeta, unidos por ese elemento común a todos: el aguacero, el agua, la humedad que hace -dígase de paso- doler los huesos (los húmeros que el poeta ‘se ha puesto a la mala’).

Y el yo poético se hará asaz personal con la autodenominación. Cuando nuestro poeta escribe: “César Vallejo ha muerto, le pegaban”, está formalizando en la práctica artística, la concepción dialéctica de unir los contrarios: lo particular en lo universal. Ese autonombrarse particulariza el hecho como si nos dijera: ‘Este hombre, con estos documentos de identidad en los que además del nombre está la nacionalidad: peruano, este hombre “particular ha muerto”. Pero también nos dice que antes de morir y durante toda su vida (‘en todo su camino’), le pegaban “todos sin que él les haga nada;/ le daban duro con un palo y duro/también con una soga”. Y el padecer esos golpes los sufre como hombre, como ser humano, y no porque caigan en su cuerpo literalmente, sino en su humanidad, pues él es parte de la humanidad: de toda la humanidad, la que sufre (los oprimidos) y la que hace sufrir (los opresores), pues todos le pegan: unos por no dejar de hacer sufrir a los oprimidos, y éstos por no rebelarse definitivamente contra esa opresión.

Es así, entonces, que el ciudadano Vallejo se funde con el humano Vallejo para universalizar lo particular. Y de ese dolor, de ese sufrimiento termina diciéndonos que “son testigos”/…la soledad, la lluvia, los caminos…”, es decir, los mismos elementos de la unidad dialéctica de contrarios: Lo particular dentro de lo universal. La soledad – ya lo hemos visto- es propia del individuo, del hombre solo, particular; pero asimismo nos dice que puede testificar la lluvia que es común a todos (como decíamos del ‘aguacero’): no olvidemos el refrán que dice “cuando llueve todos se mojan”. Y también son testigos los caminos, o sea la vida, propiamente, pues -así como a los caminos- a la vida la hacemos todos, en tanto (como decía otro grande de la poesía universal y humana, Antonio Machado): “caminante, no hay camino, / se hace camino al andar”.

Finalmente -y hay que subrayarlo- el destacar ese aserto de la universalidad vallejiana, no implica estar enajenando a Vallejo de lo nuestro, e, inversamente, el hecho de reclamar su esencia nacional no lo hace inaccesible a los hombres de otras latitudes. Y si esa cualidad especial de nuestro poeta la hemos ejemplificado con un poema en el que enuncia su muerte (por razones de espacio no podemos tocar otros temas y poemas múltiples e inagotables), eso tampoco es óbice para pensar, creer o hacer creer que él - en realidad- está muerto (aunque así lo sea físicamente).

Cuando se recuerda la fecha de su muerte, pues, con propiedad se está recordando al mismo tiempo su nacimiento a la inmortalidad, es decir la vigencia de una vida que sigue siendo vigente desde hace setenta y tres años (1938-2011). Y que seguirá siéndolo (como ocurre con Goethe, Dante o Cervantes) porque -entre otras cosas- todo lo por él escrito fue hecho para el pueblo, para los pobres, los oprimidos, incluso para los analfabetos: “Hacedlo por la libertad de todos” (escribió Vallejo en su poema Himno a los Voluntarios de la República), “por el analfabeto a quien escribo”. Y esta otra paradoja se explica porque cuando pasados los años ya no haya analfabetos en la tierra, los millones de seres que ya no lo sean, se deslumbrarán con la belleza de esa poesía, con la luz de su profundidad humana que hoy la oscuridad más inhumana -el analfabetismo- les impide gozar. Y -lo que es más importante- esos analfabetos de hoy, hombres libres de mañana, tendrán en la poesía de Vallejo el alimento solidario de su libertad, como hoy tienen en ella a una voz de lucha que reclama por sus derechos de doliente humanidad: “Señor Ministro de Salud: ¿Qué hacer?/ ¡ah! Desgraciadamente, hombres humanos,/ hay, hermanos, muchísimo que hacer”.

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