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lunes, 20 de junio de 2011

Gustavo Valcárcel: Reflejos bajo el agua del sol pálido que alumbra a los muertos

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
www.mesterdeobreria.blogspot.com

De izquierda a derecha: Gustavo Valcárcel, Violeta Carnero,
Manuel Scorza, Juan Gonzalo Rose


I

Me ahogo en medio de la soledad de muchos
tinta transpiro, sangre muerdo
cuando se acerca un poco el sueño que perdí.

Mi edad es un trompo a detenerse
porque ya no hundo mi cabellera
en las fuentes de su alma.

Resulta requisito sine qua non
dejar de ser cuerdo para amar
y ser analfabeto a rajatabla
para no poder firmar este poema suyo
que sólo rubricarán mis huesos.

II

Puente roto entre su recuerdo y lo infinito
devuélveme los restos de su nombre
aquéllos que regué en calles lejanísimas
de ciudades encendidas y hoteles inquietante.

III

Ya instalada la vejez  en mi esqueleto
miro en lontananza sus pupilas humeantes
colgados en el cielo como faroles fijos.
También siento sus dos piernas
flotando en la ingravidez de mi memoria
crucificadas sobre mí.

Ya de madrugada pican mis dos trópicos
las avecillas de sus besos
apenas desperté.

V
He llegado, he bajado, mejor dicho,
al invernadero del recuerdo.
La encuentro tendida largo a largo
coronado de pámpanos su sexo
un perfil de luz entre los labios
ensalmo de uvas brotando de sus muslos
mientras un río de espejos caudalosos
transportaba su mirada
a los estanques en que flotan los ahogados.

¿Quién apagó la luz de su morada
y trocó en fugaz lo que creí longevo?

La mujer invisible dejó huellas asombrosas.
Caigo de hinojos sobre ellas
y me pongo a reír entristecido.

IX

Muerte sin fin, amiga leve,
dame tus brazos largos, córtame las venas
polvo seré, sí, de tu universo hueco
polvo enamorado en la galaxia abstracta
donde el amor no existe.

Al fin me siento libre
rodando entre negros abismos siderales.
La vida ha pasado raudamente
ya nadie piensa odiar en el otoño
somos la eternidad en vacío neto
y el punto final de la tristeza.

X

Suave ternura la de su voz perdida
quejido de su aliento poseído
eco del mío
brújula sin rumbo cierto
rosa de los vientos deshojada
velamen sin la brisa más leve
se ha transformado ella en pura espuma
en ola sin ribera
en joya sin engarce
en pétalo sin flor.

Hace tiempo yo le hablaba
del sol pálido que alumbra a los muertos
hoy ambos somos su reflejo exacto
bajo el agua del tiempo que pasó.

XI


escena del dolor crepuscular
mansión de los pesares, hotel de las quejumbres
selva de pulquérrimas angustias
cotarro de sepulcros
estruendo de la ira
vestigio de la dicha
invocación al llanto
suerte de orquídea en arenal
alma esparcida, gloria del riñón
desplome de lo antiguo, minúsculo presente
desolación del vino, avance del infierno
dardo envenenado en Mí Menor
cobarde ruiseñor
táñame lo dicho, elmendrugo táñeme.
Tras una ronca armonía sin autor
aprenderé del todo a bien morir.

Rito del hambre penitente
arcada del ayer al día de hoy
sosegaré mis tripas zoológicas
con trozos pequeñitos de nostalgia.

Me asfixio, ¡oh proa delinvierno!
Oh espada del pretérito, me asfixian
y aunque quiero a mis volátiles cenizas
me acostaré bajo una lápida de yedra.
Estoy harto de esta vida
harto, harto.

XV

Puesta la piel al descubierto
de adentro para afuera la epidermis
transformado en llaga viva
avanza el poeta a paso redoblado
de saltamonte loco a saltaolvidos tierno
¿no es verdad, cielo de Lima?

Descendiente directo de la esperanza inédita
se esfumó el poeta de los ojos contritos
carbón mal apagado
alfarero sin arcilla.

En la esbelta chimenea
disperso el poeta quedará
bajo el cielo de Lima incinerado.

 Haraui, Año XVII, Lima, Diciembre de 1980 # 54 (Revista de poesía dirigida por el recordado poeta y maestro: Francisco Carrillo).


viernes, 17 de junio de 2011

Arturo Pérez-Reverte: Carta a un joven escritor

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
www.mesterdeobreria.blogspot.com


Pues sí, joven colega. Chico o chica. Pensaba en ti mientras tecleaba el artículo de la semana pasada. Recordé tus cartas escritas con amistad y respeto, el manuscrito inédito -quizá demasiado torpe o ingenuo, prematuro en todo caso- que me enviaste alguna vez. Recordé tu solicitud de consejo sobre cómo abordar la escritura. Cómo plantearte una novela seria. Tu justificada ambición de conseguir, algún día, que ese mundo complejo que tienes en la cabeza, hecho de libros leídos, de mirada inteligente, de imaginación y ensueños, se convierta en letra impresa y se multiplique en las vidas de otros, los lectores. Tus lectores.

Vaya por delante que no hay palabras mágicas. No hay truco que abra los escaparates de las librerías. Nada garantiza ver el fruto de tu esfuerzo, esa pasión donde te dejas la piel y la sangre, publicado algún día. Este mundo es así, y tales son las reglas. No hay otra receta que leer, escribir, corregir, tirar folios a la papelera y dedicarle horas, días, meses y años de trabajo duro -Oriana Fallacci me dijo en una ocasión que escribir mata más que las bombas-, sin que tampoco eso garantice nada. Escribir, publicar y que tus novelas sean leídas no depende sólo de eso. Cuenta el talento de cada cual. Y no todos lo tienen: no es lo mismo talento que vocación. Y el adiestramiento. Y la suerte. Hay magníficos escritores con mala suerte, y otros mediocres a quienes sonríe la fortuna. Los que publican en el momento adecuado, y los que no. También ésas son las reglas. Si no las asumes, no te metas. Recuerda algo: las prisas destruyeron a muchos escritores brillantes. Una novela prematura, incluso un éxito prematuro, pueden aniquilarte para siempre. Lo que distingue a un novelista es una mirada propia hacia el mundo y algo que contar sobre ello, así que procura vivir antes. No sólo en los libros o en la barra de un bar, sino afuera, en la vida. Espera a que ésta te deje huellas y cicatrices. A conocer las pasiones que mueven a los seres humanos, los salvan o los pierden. Escribe cuando tengas algo que contar. Tu juventud, tus estudios, tus amores tempranos, los conflictos con tus padres, no importan a nadie. Todos pasamos por ello alguna vez. Sabemos de qué va. Practica con eso, pero déjalo ahí. Sólo harás algo notable si eres un genio precoz, mas no corras el riesgo. Seguramente no es tu caso.

No seas ingenuo, pretencioso o imbécil: jamás escribas para otros escritores, ni sobre la imposibilidad de escribir una novela. Tampoco para los críticos de los suplementos literarios, ni para los amigos. Ni siquiera para un hipotético público futuro. Hazlo sólo si crees poder escribir el libro que a ti te gustaría leer y que nadie escribió nunca. Confía en tu talento, si lo tienes. Si dudas, empieza por reescribir los libros que amas; pero no imitando ni plagiando, sino a la luz de tu propia vida. Enriqueciéndolos con tu mirada original y única, si la tienes. En cualquier caso, no te enfades con quienes no aprecien tu trabajo; tal vez tus textos sean mediocres o poco originales. Ésas también son las reglas. Decía Robert Louis Stevenson que hay una plaga de escritores prescindibles, empeñados en publicar cosas que no interesan a nadie, y encima pretenden que la gente los lea y pague por ello.

Otra cosa. No pidas consejos. Unos te dirán exactamente lo que creen que deseas escuchar; y a otros, los sinceros, los apartarás de tu lado. Esta carrera de fondo se hace en solitario. Si a ciertas alturas no eres capaz de juzgar tú mismo, mal camino llevas. A ese punto sólo llegarás de una forma: leyendo mucho, intensamente. No cualquier cosa, sino todo lo que necesitas. Con lápiz para tomar notas, estudiando trucos narrativos -los hay nobles e innobles-, personajes, ambientes, descripciones, estructura, lenguaje. Ve a ello, aunque seas el más arrogante, con rigurosa humildad profesional. Interroga las novelas de los grandes maestros, los clásicos que lo hicieron como nunca podrás hacerlo tú, y saquea en ellos cuanto necesites, sin complejos ni remordimientos. Desde Homero hasta hoy, todos lo hicieron unos con otros. Y los buenos libros están ahí para eso, a disposición del audaz: son legítimo botín de guerra.

Decía Harold Acton que el verdadero escritor se distingue del aficionado en que aquél está siempre dispuesto a aceptar cuanto mejore su obra, sacrificando el ego a su oficio, mientras que el aficionado se considera perfecto. Y la palabra oficio no es casual. Aunque pueda haber arte en ello, escribir es sobre todo una dura artesanía. Territorio hostil, agotador, donde la musa, la inspiración, el momento de gloria o como quieras llamarlo, no sirve de nada cuando llega, si es que lo hace, y no te encuentra trabajando.