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domingo, 18 de marzo de 2012

Julio Carmona: "Víctor Mazzi Trujillo es creador, defensor y difusor de la poesía proletaria

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
www.mesterdeobreria.blogspot.com


El poeta Víctor Mazzi en su puesto de librero, en la Universidad
de Educación, La Cantuta, Chosica, Lima.

Hoy por hoy, muy pocos ponen en tela de juicio la adhesión de César Vallejo a la causa de la poesía proletaria. Es mejor decir que, respecto de este tema, se ha adoptado el fácil expediente del silencio. Aunque también puede decirse que su pérdida de vigencia se debe a los embates de la globalización que, de manera subliminal, en su escalada ideológica busca crear la ilusión de que la existencia de las clases sociales –y sus luchas subsecuentes– es ya un tópico superado. Al impulsarse, en los países dependientes del imperialismo, el crecimiento de las clases medias (a través del trabajo informal, del apoyo a los pequeños empresarios, el recorte de los derechos sindicales, la dación de leyes antilaborales y la accesibilidad a los créditos bancarios, etc. –panorama que tuvo su desarrollo en la década de los noventa, con los ejemplos catastróficos de Fujimori en Perú y Menen en Argentina, pero que ya había tenido su ensayo inicial con Pinochet en Chile) lo que en realidad se ha perseguido es mediatizar las condiciones objetivas de tendencia explosiva en que viven no sólo los obreros y campesinos sino también amplios sectores de la pequeña burguesía.
La sensación que impera es la de un crecimiento cada vez más amplio de la clase media (pero también del lumpemproletariado). Si a esto sumamos el deterioro de la educación que se ahonda cada vez más, permitiendo que a los jóvenes se les arrebaten las herramientas del pensamiento crítico y autónomo para construir su propia concepción del mundo, todo ello da por resultado que el debate sobre la poesía o la literatura proletaria haya devenido “obsoleto” (como se pretende también calificar al marxismo y a las ideas socialistas, a las que se considera “cavernarias” oponiéndolas a la globalización y al neoliberalismo que son tanto o más antiguos que el marxismo y el socialismo, y, si nos atenemos a su propia lógica, serían más obsoletos y cavernarios, que ellos).
Pero lo decisivo es que ese debate siempre se ha planteado en el terreno ideológico y bien sabemos que en éste sólo existen dos ideologías: la burguesa y la proletaria. Lo que pretende promover el neoliberalismo es la ideología pequeñoburguesa, que siempre ha existido y, siempre también, ha resultado ser una variante de la ideología burguesa, cuando no se transforma en ideología proletaria. César Vallejo no sólo trató esta temática y la teorizó en su dimensión estética sino que la llevó a la práctica en su poética misma. Y bien se puede decir que, junto al alemán Bertolt Brecht, el francés Paul Eluard, el turco Nazim Hikmet, el inglés Christopher Caudwell (y paramos de contar) la poesía de Vallejo no puede dejar de apreciarse sin su carácter clasista proletario. Es más, podemos decir que la poesía de Vallejo tal vez no haya sido superada desde esa perspectiva en el contexto de la poesía escrita en lengua castellana. Pero si no superada, sí emulada. Emulación que no implica plagio o seguidismo formal (que sería una descalificación), sino adherencia doctrinal a su postura estética tendenciosa.
Este es el caso de Víctor Mazzi. Es, en realidad, el caso excepcional de un poeta proveniente de la clase obrera y de formación autodidacta que logró establecer la conjunción entre la poética y la política, que suele ser una “mezcla explosiva” y difícil de lograr (salvo por los grandes, como los ya nombrados). Veamos una comprobación de este aserto.
“Señor lector/ su atención y cuidado” (advierte Mazzi en un poema) “que detrás de cada verso/ hay/ hombres trabajando” (Anuncio particular). Y, en efecto, Mazzi le asigna a la poesía un carácter de trabajo, como forma de la producción que dice el marxismo. Mazzi, pues, no acepta se reduzca a la poesía a un simple divertimento de ‘especialistas’, ‘poetisos’ o eruditos:
                                                           Los elegidos
                       -por obra y gracia de los dioses-
                       tañedores de cítaras,
                       tocadores de flautas,
                                                             son extremadamente celosos
                       y por demás intocables:
                                                           ¡qué van a admitir una voz
                                                           “ordinaria y grosera”!
(pero conste que estando implícito ahí su rechazo a ese regodeo esteticista, pese a ello, Mazzi procede dialécticamente, no los niega pretendiéndolos inexistentes; los sabe actuando, tañendo y tocando su melopea; simple y llanamente los opone a los obreros de la pluma) y continúa el poema:
                       ¡Qué les va a sonar agradable
                       que cante un obrero!
                                                           El dios se puede molestar,
                                                           podrían perder el puesto.
                       Pero esto no es importante
                       porque tendrán que cambiarse el hígado
                       o soportar el trajín sonoro de los humildes y
                                   ofendidos.
                                                           (Ellos y nosotros).
Mazzi opone a la poesía burguesa (de “ellos”) la poesía de ‘nosotros’ (mancomunando al lector), la poesía de los obreros de la pluma, como ya dijimos, porque:
                                               Ser poeta proletario
                       no quiere decir que se es más obrero que poeta
                                               o viceversa,
                       ocurre solamente que de la obra de mano se pasa
                                               a la mano de obra.
                                                                      (Dialéctica).
Los poemas precitados de Mazzi son, prácticamente, ‘artes poéticas’ de la poesía proletaria. Sin embargo –y por supuesto– no toda la poesía de Mazzi tiene ese motiv, aunque siempre, sí, el carácter clasista proletario. Veamos otro poema:
La lluvia es un tema hermoso
cuando uno recorre la historia y encuentra a Luis  XVI
seguro de sus huesos y de su gran paraguas
mientras celebra María Antonieta
su cómoda posición de reina en un diván rosado
en tanto afuera la tormenta arrecia
como si aventaran piedras.
Hermoso tema el de  la  lluvia
cuando no llueve ni usted se llama María Antonieta
ni su marido sabe que se prepara el diluvio.
                                                           (Tema con una hermosa dama)
Pero veamos, asimismo, otro poema cuyo título “Poeta proletario” comporta también una poética por referirse al hacer de esa clase de poeta, pero que trasciende ese tema en una suerte de variación convicta –y confesa, como diría Mariátegui:
Ciudad adentro
entre el énfasis y el hambre
compondrá el ruido
de alguna melodía
o sorteando el tiempo
pretérito imperfecto
dirá cómo nace el día
cuando la noche es larga
de seguro también
no ha de ser extraño
diciendo a golpe de lata
que está por aparecer el sol
y  en ese instante
alguien con un cerillo
en algún lugar cercano
encenderá una pradera.
La imagen inicial del poema remite al ‘interior de la ciudad’ la ciudad de la fábrica y la miseria pero también del ‘énfasis’ que estimula a la creación de un ruido que compita con el ensordecedor de la urbe y la “negación” de los puristas. Y el poeta proletario crea su ‘melodía’. El no está enemistado con la ‘tonalidad poética’, con su belleza ni con su musicalidad. Lo que hace es no olvidar ese “pretérito imperfecto” que sigue siendo presente (‘la prehistoria universal’ como llaman Marx y Engels a la sociedad capitalista) y en el que el poeta vislumbra el nacimiento de un nuevo día. Y aunque esto para algunos oídos resulta monótono, latoso, el poeta proletario seguirá –¡seguro!– diciendo “que está por aparecer el sol”. Pero Mazzi no sobreestima el ‘poder’ de la poesía. El sabe que con poemas –sólo con poemas– no se ha de derrumbar esa ‘prehistoria’. Hay ‘alguien’, que no es una persona, no un individuo específico. Pero sí una clase. Ese alguien es la clase trabajadora y su partido revolucionario iniciando la lucha donde debe (no en la ciudad; sí en un lugar cercano), iniciando el incendio de la guerra popular. Y esa pradera del verso final (ostensiblemente ligada al aforismo maoísta) engarza con la imagen ‘urbana’ inicial del poema, graficando, en círculo poético ejemplar, la unidad obrero-campesina.
Es probable que esta explicación, prosaica, haya sido inútil. El poema habla por sí solo. Con todo quisiéramos creerla pertinente aunque sólo fuera para corroborar el hecho fundamental de nuestro objetivo: demostrar que esta poesía no puede ser caracterizada de otra manera que no sea con el calificativo de proletaria. ¿O se podrá decir que en ese poema se refleja una concepción burguesa o pequeñoburguesa? Creemos, definitivamente, que no. Y podemos ampararnos en un juicio (en este caso, sólo en este caso) imparcial de Roland Barthes: “que, finalmente, no hay una ‘esencia’ del arte eterno, sino que cada sociedad debe inventar el arte que mejor dé a luz su propia liberación.”
Pero Mazzi no sólo trabajó para difundir su poesía personal, sino también su poesía clasista. Y por eso participó, en 1956, en la fundación del Grupo Intelectual Primero de Mayo (GIPM), y luchó en su interior para hacer prevalecer la defensa y difusión de la poesía proletaria. Ello motivó el alejamiento de otro de los fundadores, Leoncio Bueno, quien habría de convertirse, con el correr de los años, en el más enconado enemigo del grupo. Luego de la fundación del GIPM –un hecho importante en la historia cultural del proletariado peruano– veinte años después, en 1976, Víctor Mazzi –uno de los miembros más consecuentes del GIPM– publica la primera Antología de la poesía proletaria del Perú (1930-1976). Y la aparición de este libro suscitó algunas interrogantes, observaciones y cuestionamientos que ponían en tela de juicio el enunciado mismo de poesía proletaria. Sin embargo, tales cuestionamientos posibilitan hacer –como respuesta– la caracterización de esa práctica poética proletaria. Y, a pesar de que pueden ser absueltos con la sola confrontación tanto del Acta de Fundación del GIPM como también con las requisitorias del prólogo de Mazzi, vamos a irlos develando sucesivamente, a continuación.
En principio, se debe convenir que tales cuestionamientos constituyen una situación que le ocurre, por lo común, a toda antología, y que puede resumirse en el siguiente aforismo: “No están todos los que son ni son todos los que están”. La primera parte de este aforismo no deja de denunciar un pronunciamiento de gusto poético subyacente (aunque en este caso los gustos no son, por lo específico del libro, de exclusividad estética, sino, más que nada, ideológico-políticos). Pero lo cierto es que Mazzi quiso hacer un deslinde perentorio. Desbrozar el extenso bosque de la llamada poesía social, cuya característica clasista es muy variada y, por lo tanto, no toda es proletaria. La característica de esa poesía “no proletaria”, llamada genéricamente “social” (gran parte de la cual, no obstante, puede ser adscrita a la tendencia clasista, previa caracterización de clase), es el paternalismo (si no la conmiseración) frente al sufrimiento de las clases explotadas. Esa es una actitud propia de la ideología pequeñoburguesa. Su adhesión al proletariado es sentimental, externa, como se dice: desde el balcón. Y el sumun medular de la poesía proletaria está dado por su función y fusión o compenetración clasista: ser tornillo, engranaje de la causa proletaria (mas no en el sentido de obedecer a consignas preestablecidas). Y esa esencialidad hace que, justamente, el poeta no traicione –jamás– al pueblo, a su clase, lo cual muchos de los poetas sociales (no antologados por Mazzi y cuya presencia se reclamaba) no supieron sostener, por ejemplo, durante la dictadura militar de Velasco, corroborando así lo señalado por Mariátegui en relación con la clase media que “instintivamente descontenta y disgustada de la burguesía, es vagamente hostil al proletariado.” Y si no es hostilidad explícita, declarada, es, en todo caso, como corrobora Lenin, “falta de fe en las masas, temor a su iniciativa, temor a su independencia, pavor ante su energía revolucionaria en lugar de un apoyo cabal a ellas.”
También ese mismo cuestionamiento fue renovado en la década de los ochenta, reclamándole a Mazzi la no inclusión de poetas anteriores a 1930. Quien hizo esta observación específica es Gonzalo Espino, en su libro Lira rebelde proletaria, Lima: DESCO, 1984. Pero el deslinde anterior vale también para el caso, porque la poesía de los inicios del siglo XX hecha por obreros o para obreros no era proletaria ideológicamente, aunque lo fuera sociológicamente. El trabajo de Espino toma su título de un cancionero de la época “Lira rebelde proletaria”; es decir de una época en que el término proletario podía ser usado en su acepción extensa, como sinónimo de obrero (clase obrera, igual proletariado). Pero como la ideología anarquista copaba la conciencia del movimiento obrero de la época sus productos artísticos tenían el mismo carácter de clase –pequeñoburgués– que aquélla. No olvidemos, como dice Lenin que “En el extranjero se sabe poco que el bolchevique se templó en largos años de lucha contra el revolucionarismo pequeñoburgués, que se parece al anarquismo o que ha tomado algo de él, y que, en todos los problemas esenciales, deja de lado las condiciones y exigencias de una lucha de clases consecuentemente proletaria.”
Para la época de la historia del Perú estudiada por Espino la palabra “proletariado” como equivalente a clase obrera era usual. No así como ya la concebimos ahora, referida a su conexión ideológica, a su concepción del mundo. Y en ese sentido es que Vallejo dice que no es válida la consideración de un arte proletario hecho sólo por obreros, lo cual estaría prejuzgando “que el obrero es un obrero puro, lo que no es cierto –afirma Vallejo–, porque el obrero tiene también de burgués. El obrero –agrega Vallejo– respira el ambiente burgués y está impregnado de espíritu burgués más de lo que nos imaginamos. Esto importa mucho para concebir un arte proletario.”
Y en este juicio de Vallejo podemos hallar la respuesta al segundo aspecto del cuestionamiento aludido antes: que “no son todos los que están”, el mismo que reclama la presencia de obreros como condición sine qua non para que tal antología sea admitida como de poesía proletaria. Y es preciso añadir que la poesía proletaria, como forma ideológica, como expresión ideológica del proletariado no necesaria o exclusivamente tiene que ser escrita por obreros, sino que para ser tal –como señala Mazzi en su introducción– tiene que responder a la concepción ideológica proletaria, tiene que ser “un reflejo objetivo de la vida social (…) que obedece a la mecánica de la lucha de clases con un método que sólo se ha hecho posible a causa y consecuencia de las necesidades del proletariado. Y, por consiguiente, sus escritores y artistas representativos bien pueden serlo tanto por su origen social o por su posición ideológica, de acuerdo con el sentimiento y la conciencia revolucionaria de la clase obrera.”  
Otro de los cuestionamientos que se hacía a la obra de Mazzi tenía que ver con el hecho de que algunos de los poetas antologados toman como tema poético a la lucha guerrillera o a sus impulsores: Luis de la Puente, Guillermo Lobatón o el Che Guevara. Esa opinión partía del presupuesto que se estaría avalando una superada concepción foquista. Pero olvidaban quienes hacían tal cuestionamiento que la lucha guerrillera es una situación real y no necesariamente está vinculada a la concepción del “foco guerrillero”. Y Mazzi estaba claro al respecto. Él sabía perfectamente que el hecho de que la concepción foquista fuera incorrecta, la situación misma de la lucha guerrillera no corría la misma suerte, en tanto y en cuanto es uno más de los muchos métodos de lucha armada que no son desdeñados en la preparación de formas de lucha más elevadas y completas como la guerra popular. La lucha guerrillera –ciertamente– no es la guerra popular, pero ésta no la desdeña y la tiene como parte suya (así como la simple agitación, el proselitismo, incluso las movilizaciones y hasta los actos culturales, legales). Porque la guerra popular no surge de la nada. Pensar de otra forma es actuar de manera mecanicista, esquemática, sin una amplitud dialéctica, la misma que no debe mezquinar importancia a cualquier forma de lucha que contribuya a desarrollar la revolución. Las primeras son tácticas para ésta que es la estrategia. “Las luchas armadas –señala Jorge Dimitrov– han hecho que masas cada vez más extensas de la clase obrera adquieran conciencia de la necesidad de la lucha revolucionaria de clase.” Y, con cita de Lenin, agrega: “Los pueblos no pasan en vano por la escuela de la guerra civil. Esta es una escuela dura y en su programa, si es completo, entran también inevitablemente los triunfos de la contrarrevolución, la furia de los reaccionarios enfurecidos, el ajuste de cuentas feroz del viejo poder con los rebeldes, etc. Pero sólo los pedantes declarados y las momias sin juicio pueden lloriquear y lamentarse de que los pueblos pasen por esta escuela llena de tormentos; esta escuela enseña a las clases oprimidas a librar la guerra civil, y les enseña cómo triunfa la revolución.”
Así, pues, no es un error tomar como tema poético la lucha guerrillera como no lo es ningún otro tema que interese al proletariado. Porque el proletariado –como precisa Lenin– lee y quiere leer “todo cuanto se escribe también para los intelectuales, y únicamente ciertos intelectuales (de ínfima categoría) creen que ‘para los obreros’ basta con relatar el orden de cosas que rige en las fábricas y rumiar lo que ya se conoce desde hace mucho tiempo.”
Estos cuestionamientos formales a la propuesta de Mazzi, con todo, quedan opacados, son minimizados por una actitud más “radical”: la que niega la existencia de la literatura proletaria. Y lo primero que se piensa al respecto es que esa “negación” proviene únicamente de la burguesía, enemigo principal del proletariado. Y esto es lógico (y hasta “normal”) porque –al decir de Plejánov: “El proletariado de hoy, que ha asimilado la teoría del socialismo científico y que permanece fiel a su espíritu, no puede dejar de ser revolucionario, tanto por su lógica como por sus sentimientos; no puede, en otras palabras, por menos de colocarse entre los revolucionarios más peligrosos. [Es decir –agrega Plejánov] las ideas económicas, históricas y filosóficas de Marx no pueden ser aceptadas en toda la amenazadora plenitud de su contenido revolucionario más que por los ideólogos del proletariado, en los que los intereses de clase aspiran, no a la conservación, sino a la eliminación del orden capitalista, es decir, a la revolución social.”
Son y han sido siempre los ideólogos de la burguesía y pequeña burguesía los que han cuestionado o puesto en tela de juicio la existencia y vigencia de la literatura proletaria. Y parecerá ocioso a quien conozca esta polémica, esta lucha ideológica asaz antigua, que insistamos sobre el particular. Pero ocurre que algunos de esos teóricos o ideólogos (pequeño –o gran– burgueses), autodenominándose marxistas inclusive, llegan no sólo a negar (diciendo “no”) a la literatura proletaria sino, además, a sustentar públicamente tal “negativa” con conceptos o argumentos erróneos que, precisamente, con la consabida tenacidad propia de los errores (en particular de las semi-verdades que toman por principal lo accesorio, lo no esencial), se obstinan en su aberración, no haciendo otra cosa que utilizar el nombre del marxismo para atacarlo. En su tiempo, Engels hizo referencia a alguien de este tipo, diciendo: “Es muy talentoso y algo comprende, pero, como se estila entre filósofos, se aderezó su propio socialismo, que considera como la auténtica teoría de Marx, y con ello ocasiona mucho daño”.
Y a la reedición periódica de actitudes similares (“que hacen mucho daño”) hay que salirles al paso. Porque no es raro observar que, cada cierto tiempo y a propósito de acontecimientos en el avance de las luchas populares, los ideólogos pequeñoburgueses asumen poses revolucionarias pero sin supeditar sus actividades a los intereses de la clase directriz de la revolución. Esto les da oportunidad de seguir siendo –como decía Mao de los trotskistas– “proletarios” en política y burgueses en arte. De ellos también Lenin decía –en versión de Jean Freville–, que no estaban dispuestos a producir un arte proletario: “Porque persistían en formas abstractas y eran peligrosamente individualistas y socialmente indisciplinados. Para Lenin, quienes actuaban así eran “especialistas” alejados de las masas que, con soberbia, se arrogaban el derecho de hablar en nombre de la clase trabajadora y se aprovechaban de los disturbios de la revolución para presentar como novedades sus ideas pequeñoburguesas.”
Uno de los más enconados “negadores” de la poesía proletaria es Leoncio Bueno, a quien ya hemos aludido al hablar de la fundación del Grupo Intelectual Primero de Mayo, al que abandonó a los pocos meses de fundado por discrepar, precisamente, en ese punto fundamental: la defensa y difusión de la poesía y la literatura y la cultura proletarias. Sería demasiado extenso referirnos aquí (dados los límites de espacio exigidos) a los argumentos –de inspiración trotskista– esgrimidos por Leoncio Bueno durante muchos años en una especie de cruzada contra el grupo Primero de Mayo y, en especial, contra su director, Víctor Mazzi Trujillo. En todo caso remitimos al lector de este artículo a nuestro libro La poesía clasista. Poesía y lucha de clases en el Perú contemporáneo, del cual hemos extraído gran parte de las ideas esbozadas aquí. Y que ha sido editado por el Grupo Editorial Arteidea, de Lima, 2011, que puede contactarse en la siguiente dirección: Jirón Moquegua 336. Asimismo, se puede acceder a su lectura visitando los blogs: Mester de obrería (www.mesterdeobreria.blogspot.com) y Bosque de palabras (www.vosquedepalabrasvives.blogspot.com).